CAPÍTULO 10
CONFESIONES
Te deseo
Te necesito
Yo seré de tu posesión...
POSSESSION
JACE EVERETT
Elise
estaba agotada por todo el peso silencioso que cargaba en sus hombros, no sólo
por su enfermedad. Edward había desaparecido y aunque era lo que ella había decidido,
lloraba por su pérdida como una viuda.
Con
ayuda de Marita y Ralph, llevó a cabo una venta de garaje ese fin de semana
pactando que todo lo que no se vendió, seguiría bajo cargo de sus amigos para rematarlo
y enviarle el dinero a su cuenta ya que le quedaban sólo unos pocos días más en la
ciudad antes de su regresar a casa y de ahí, iniciar su travesía. Elise sonrió con sarcasmo e ironía mientras
se movía de aquí a allá entre contenedores, al recordar que apenas tuvo tiempo
para cumplir con las vacunas y requerimientos sanitarios para ingresar a
Tailandia ante lo acelerado de sus planes. ¡Si tan sólo supieran!
Luego
de despedirse de sus amigos la tarde de ése domingo, tres días después de echar
a Edward, prefirió quedarse sola en la semi vacía casa que seguir sonriendo
forzadamente cada vez que le preguntaban si estaba segura de todo eso.
El
cansancio era demasiado y como la adrenalina del día la estaba ya abandonando
por completo optó por dejar el desorden en paz y se dio un largo baño caliente,
luego se forzó a tomar sus suplementos y cenar bien en sus improvisado pijama
de mini-shorts y su vieja sudadera de la universidad, a pesar de estar
sumamente ansiosa por irse a la cama a acostarse. De ahí en adelante tendría
que cuidar mucho de sí misma para sacarle el mayor provecho a su tiempo.
Era una lástima que la televisión hubiese
sido uno de los primeros objetos en venderse, pensó aún con el cabello ligeramente
húmedo. El sol se había ocultado temprano y deseosa de distraer su mente,
rebuscó entre las cajas por su guía de viajes. Irse hasta el otro lado del
mundo implicaba aprender de antemano algunas cosas importantes pero justo esa
noche, su mente no tenía ganas de estudiar. El motivo, la melancolía en su
corazón.
-¿Dónde
estás Edward? –Preguntó al aire botando el libro sobre el edredón.- ¿Te marchaste
ya? Lo lamento tanto y te extraño, perdóname…
Lloró
de nuevo en su cama, añorándolo.
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Las
heridas que el fuego le había causado habían sido muy profundas y el vampiro
tardó mucho en sanar, tiempo forzoso que utilizó para reflexionar sobre las
acciones a realizar a continuación. Tenía gran urgencia en partir en busca de
Carlisle pero no podía irse sin verla una vez más, así que apenas se halló
curado y aseado, marchó con prisa en pos
de Elise para asegurarse de que estuviera bien. No iba a dejarla sola con todo.
Toparse
con la casa casi desmontada le causó mucha aprensión. Debía encontrar a su
padre, pronto.
Esa
noche no fue necesario espiar por la ventana para darse cuenta de que a pesar
de la hora, Elise no dormía. Tampoco esperaba el temblor en su interior al
escucharla llamarlo entre sollozos. El monstruo no se había equivocado, ella lo
necesitaba y esa convicción provocó un inesperado chispazo de calor en su
muerto corazón al llenarlo de esperanza. Sin pensarlo más, se rindió ante lo
que Elise le provocaba y se dirigió a la entrada.
El
timbre de la puerta sobresaltó a Elise. ¡No podía ser! ¿O sí? Impulsada como un
resorte, corrió hacia el baño para limpiarse rápidamente antes de abrir.
La
silenciosa figura alta y masculina parada en el portal le miró profundamente
apenas la tuvo frente a sí y Elise, impulsiva como era, se lanzó a sus brazos
para luego tomarle por el rostro y besarlo desesperada en los labios.
¡Al
diablo con las buenas intenciones! Su corazón estaba roto y nada iba a cambiar,
pero Edward estaba ahí y eso bastaba por el momento.
El vampiro fue consciente de lo humano
que se sentía al contacto de Elise. Se halló creyéndose vivo a su lado gracias
al calor con que su impetuosa boca calentaba la suya en un beso pleno de
emociones, de uno y otro participante. Sólo eso bastó para hacerlo feliz y
alejar cualquier fantasma que su perturbada cabeza pudiese liberar.
La
puerta se cerró tras de ellos mientras Elise le guiaba de la mano al interior,
completamente entumecida de su conciencia y previas elecciones. No iba a pensar
en mañanas, sólo en presentes.
Ambos
se detuvieron en el medio del desorden de cajas y entre la carencia de muebles
volvieron a abrazarse. Edward fue quien la besó esta vez, sin detenerse a medir
fuerzas ni a pensar en temores de fragilidad. No había cabida para esos miedos
porque no había necesidad de ellos, todo él había aprendido ya a ser lo que
Elise requería.
Con
toda naturalidad adaptó su pétreo cuerpo a las suavidades de ella y por fin
dejó en libertad a sus emociones, tal cual lo hacía Elise siempre. Necesitaba
percibirla con todas sus capacidades, tocarla, recorrerla, sentirla aún más
como presentía que ella era capaz de lograrlo con su forma de ser.
Su
mano se dirigió hacia el moño en lo alto de la cabeza de Elise, desbaratando
con el toque se sus dedos el lazo con que ella lo contenía, dejándolo caer como
una oleada roja sobre los hombros cubiertos. El suave y limpio perfume aún
permanecía sobre él y Edward lo aspiró con felicidad a ojos cerrados sumiendo su
nariz en el hueco del cuello de Elise mientras ella permanecía quieta,
hipnotizada en voluntaria seducción.
El
aroma que Edward inhaló lo llenó de placer. Hacía tiempo que no lo percibía
impoluto, sin aquella traza a fresillas que transtornadamente, transpolaba de Bella
a Elise. Le gustó mucho al absorberlo profundamente y deseó probarlo con todos
sus sentidos. Era lamentable que aquel otro maligno olor encubierto, también se
pegara a ella…
A causa de ese recordatorio, se alejó con
renuencia de Elise, no sin antes recorrer lentamente con la punta de su nariz
toda la piel de su cuello y depositar un beso en la base del mismo. Sí, su
naturaleza deseaba morderla justo ahí, pero no para alimentarse; sino para
amarla.
-Elise…
Su
voz salió alterada y acariciadora, pero antes de seguir, ella tenía que saber
muchas cosas. Era el tiempo de confesiones mutuas, únicamente que Elise debería
ser quien las iniciase.
-Elise…
Lo sé.
De
momento, al estar tan turbada, ella no pudo comprender y le miró interrogante
por respuesta. Edward exhaló aire que no necesitaba en realidad.
-Elise.
Dímelo por favor. Sólo ponle nombre.
-¿Cómo?
¿A qué te refieres?
Poco
a poco un temblor comenzó a nacer entre sus pulmones, empujando con sus
estertores, a la neblina de su arrebato.
-Elise…
La
voz de Edward salía suave, aterciopelada y protectora, pero en vez de
tranquilizarla; crispó todos sus nervios a la defensiva haciéndola separarse de
él por completo.
-¿De
qué estás hablando Edward? ¿Por qué volviste? Yo me marcho, puedes ver en todos
lados que ya prácticamente me fui de aquí.
-Elise…
-Él ignoró la agresiva respuesta, sabía bien que ella iba a tratar de seguir
ocultándolo.- Siempre lo he sabido, lo olí en ti desde la primera vez que te
vi. Dímelo.
-¿Qué?
¿Cómo que me “oliste”? ¿De qué estás hablando?
-Por
favor Elise, invariablemente has confiado en mí y no tienes idea de cuánto he
respetado esa fe incondicional e inmercida. No dudes y dímelo. Sé que estás
enferma…
Elise
contuvo la respiración justo ahí, aterrorizada.
-¡Por
Dios, Edward! ¿Qué hiciste? ¿Fuiste al hospital? ¡Esa información es
confidencial!
-No
Elise. A mí no me hacen falta médicos, sé que estas muy mal. Tanto, que
prefieres mentir a entristecer a todos los que te aman.
A
ella comenzaron a aguársele los ojos. Escuchar su propia confesión de boca de
Edward era aceptar la realidad de nuevo; y era horrible.
El
vampiro esperó prudentemente. El llanto era siempre muy conmovedor para alguien
que como él, estaba privado de esa liberación. Con calma y fortaleza percibió
todos los cambios en Elise cuando las lágrimas ya sin control, escurrieron de
sus ojos.
-¡Edward…!
Elise se arrojó a los brazos de su amado
amigo en busca de sostén, por fin alguien más compartía su secreto y aunque eso
le aligeraba el peso, también le angustiaba la reacción que él pudiera tener
luego de confirmarle la afirmación.
Edward
la abrazó con ternura y frustración. Todo él deseaba protegerla del mal y no
sabía si iba a poder lograrlo. La lección de respeto le había costado al
vampiro una vida anterior, pero le asustaba mucho la posibilidad de que ella
huyera despavorida apenas se enterara qué era él en realidad y lo que le estaba
ofreciendo, a cambio de su salud.
-Shhh…
Tranquila, está bien. Estoy contigo, no me voy a ir a ningún lado… Confía en
mí.
-Ed…
Edward… -Contestó ella entre sollozos.- Es que esto no es de tu incumbencia, no
tienes… Tú en específico… Tú no debes cargar con esto…
-Elise,
no tienes que protegerme de nada. Yo, estoy, yo soy… Sólo dilo y ya.
Ella
lo miró dudosa, sabía que Edward ya había vivido la muerte de alguien y lo
había destrozado. ¿Para qué decírselo? No iba a permitirle estar a su lado por
compasión, la pura idea le daba rabia y asco.
-¿Qué
caso tiene Edward? No es como si tú pudieras cambiar algo por saber qué es en
específico. Además, sabré cuidarme.
-Elise,
nada está perdido hasta que se pierde.
-Basta
Edward, no seas necio… Yo… Ya te lo dije, no puedo…
-Elise…
La
voz era demasiado suplicante, demasiado convincente. Tonta y voluntariamente
ella se clavó de sus ojos donde tanto le gustaba perderse, olvidarse y sólo
sentir. Lo vio venir al hundirse en ese pálido azul que se cernía sobre ella,
el beso volvió a trastornarla, exponerla; e inmersa en abstracción lo dijo.
-Es
cáncer Edward. Regresó y esta vez ya no hay modo de vencerlo.
El
semblante de él apenas si mostró alteración por no angustiarla, pero no le
gustó la respuesta. ¿Volvió?
-Siempre
hay un modo…
-No…
Seguían
acurrucados, en el medio del desorden, y ahí mismo Elise contó por primera vez a alguien ajeno a casa la verdad
de su vida.
-Cuando
era poco más que una nena me lo descubrieron. Viví largas temporadas en el St.
Jude Children Hospital. No sabes lo terrorífico que es que tus primeros
recuerdos sean el modo correcto en ayudar para que te pongan una venoclisis, o cómo
vomitar sin ahogarte. Ver a tus amigos calvos al igual que tú y de repente, a sus
camas vaciarse y sus padres llorar mientras te abrazan despidiéndose.
Edward,
acostumbrado a la muerte, se sintió terriblemente afectado. No sólo por el
dolor de su amada Elise, sino por esa triste realidad.
-Fui feliz de dejar ese lugar luego de
dos años, cuando yo tenía cuatro. Era de las pocas vencedoras tan pequeñas.
Todo mundo hizo una gran fiesta para celebrarlo, pero regresó cuando tenía ocho
años. Yo ya estaba harta de tomar tantas medicinas y tantos chequeos sanguíneos
y de que mis padres me riñeran por mi actitud o hasta involucraran a mis
maestras de la escuela para que me motivaran a no negarme a cuidar de mí,
cuando la maldita bestia volvió. Tanta quimio y tantos gastos por mi causa
dejaron a mi familia casi en la ruina. Mis compañeros de la escuela y sus
padres fueron maravillosos. Organizaron decenas de eventos para recaudar fondos
para nosotros y mis amiguitas más cercanas se empeñaron en usar pelucas de todo
tipo para que yo no me sintiera rara. -Elise sonrió a ojos cerrados ante el
recuerdo, la niña paliducha y débil, rodeada de otras niñas en su casa que la
trataban como una princesa.- En aquella ocasión, salí adelante más rápidamente
porque lo detectaron a tiempo y se suponía por estadísticas que yo ya iba a
estar bien… Y… Bueno… Yo me descuidé… No se suponía que esto iba a suceder de
nuevo… Se suponía que yo… Que yo…
La
voz se le partió y no pudo seguir, ahogada por el llanto, convulsionándose de
pena entre los brazos de Edward. Demasiado debilitada internamente en ésos momentos como para sostenerse.
El
vampiro estaba conmocionado. ¡Pobre niña Elise! ¡Pobre chiquilla asustada!
¿Querría ella…? ¿Aceptaría ella…? Qué injusta era la vida mortal.
Edward
volvió a besarla deseando con ello consolarla, librarla de todo pensamiento
doloroso, cuidarla.
Elise
se dejó llevar, su estado era demasiado emocional y le fue fácil y necesario
buscar refugio en el amor de Edward. Sin separase de sus labios, él la elevó
sin dificultad en sus brazos y se dirigió al dormitorio, seguro y convencido de
lo que quería hacer. No iba a dañar a Elise, él jamás iba a lastimarla
físicamente, sabría amarla como lo hizo con Bella.
Luego
de dejar a una temblorosa y callada Elise en la cama procedió a desnudarse,
dejando su duro y masculino cuerpo expuesto ante ella quién lo miró con
admiración y amor, en los húmedos ojos. ¡Qué seguro se sentía de lo que estaba
haciendo!, pensó mientras la ayudaba a quitarse la holgada sudadera por encima
de la cabeza y esperaba a que ella se deshiciera el short, quedándose solamente
en una breve prenda interior. Edward se perturbó al contemplar el casi
completamente expuesto cuerpo de ella y el rosado rubor que le abrillantaba la
palpitante piel, mientras que su vivo corazón cantaba desbocado de anticipación
en la garganta, para él.
Con
lentitud y cuidado recorrió las suavidades reveladas, en un modo premeditado que
le permitía disfrutar y apreciar el placer que ambos experimentaban con las primeras
caricias. ¡Cuan distinto se sentía volver a estar con una mujer a la que en
verdad quería, todo él rezumbaba de emoción!, meditó complacido. Sí, el
recuerdo de Bella fue inevitable, pero momentáneo. Elise tenía derecho propio
sobre él y sinceramente, Edward deseaba ser de ella.
Fantasmas
y remordimientos se evaporaron al acompasar los cuerpos en ires y venires de
toques, besos y gemidos. Su boca se adueñaba de la de ella rozando sin temor la
piel viva de Elise y con la misma, se gozó de probarla cómo y dónde quiso.
Con cuidado y dominio, llevó sus labios al punto erótico de
su naturaleza, el lugar de la consumación de la sed. La sangre corría
sonoramente llamándole con tentación en el cuello y no se negó a buscarla, pero
se limitó a lamer y succionar el codiciado territorio con fervoroso respeto
mientras que dirigía su tacto hacia los palpitantes pechos que subían y bajaban
a causa de la excitada respiración de Elise. Lleno de placer, se separó del
cuello olfateando con embeleso el embriagador perfume que toda ella emanaba
para concentrar ahora su atención en los senos. Con reverencia en su toque
procedió a acariciar con la lengua el más cercano al corazón, sin descuidar al
otro en firme seducción del erecto y sonrosado pezón. Succionó y mordisqueó a
uno y otro en un ritmo constante y perturbador que en poco tiempo, la hizo
llegar al clímax, copando de éxtasis al vampiro al percibirla estremecerse en
el primer orgasmo.
Elise
le miró absorbida cuando se repuso un poco, aturdida de amor y deseo; y él le
devolvió la mirada, dejándola entrar en sus ojos y en todos los secretos que
ahí guardaba mientras ella se dejaba caer sobre las almohadas, presa y
dispuesta a lo que fuese por él.
Contemplarla expuesta entre las sábanas revueltas, con la
piel deseosa, sonrosada y brillante, le recordó a Edward uno de esos hermosos
cuadros de Gustav Klimt donde pelirrojas orgásmicas se mostraban plenas a sus
amantes, y sonrió para sí. Elise era bella y merecía todos los altares que un
hombre pudiese levantarle, sí; pero su belleza externa apenas aparejaba a la de
su interior y por alguna suerte, ahora ella era de él.
Separándose
momentáneamente, sus manos bajaron sin dejar de tocarla hasta sus caderas, y
con suavidad para no asustarla con su verdadera naturaleza, terminó de
desnudarla. Quieto y agitado igual que ella, contempló con fascinación el sexo
expuesto de un color ligeramente más oscuro que la cabellera rojiza, y volvió a
sonreír maravillado. Un glorioso aroma y brillo le llamaba desde ahí y suspirando,
atendió pronto al mismo, ante el nervioso temblor de anticipación de Elise.
Con
cuidado, se posicionó entre sus piernas y aún más delicadamente tocó su húmedo
sexo, temblando de excitación al igual que Elise, al tener el derecho de
acariciar lo más íntimo de ella.
El
corazón latiente, dio un brusco salto cuando los fríos dedos comenzaron a palpar
y estimular la zona con delicadeza y conocimiento, Elise gimió en respuesta y
cerró los ojos de nuevo, perdiéndose en las sensaciones. No sólo era la
impresión de ser ése el primer encuentro entre ellos, o la marejada de
emociones que había surcado desde que se enteró del retorno de su enfermedad;
era… Edward y su forma tan indescriptible de hacerla sentir mientras le hacía
el amor.
Para
el vampiro, el mantenerse voluntariamente consciente de su entorno concentrado
en leer y sentir el placer de Elise, fue igual de excitante que si se
gratificara a sí mismo. Él también la necesitaba mucho, pero en ese momento era
sabiente de que Elise era quien más requería de olvidarse de todo y sentirse a
salvo. Acompañarla en semejante viaje era un regalo inapreciable y él la
seguiría cada vez que Elise así lo quisiera.
Con
veneración y ansia agolpándose en su garganta, acercó y sumió su rostro entre
los suaves muslos llevando su boca hasta el femenino sexo, para besar y probar lo
que comenzaba a alterar sus sentidos y dominio. A fin de cuentas, él también se
había rendido ante ella y quería ser tan suyo, que necesitaba saberla dentro de
sí en todas las formas posibles.
Elise
gimió ante el impacto de sentir la helada lengua posarse ahí para recorrer y
separar con firmeza sus otros labios al beber de ella, subiendo y bajando en un
ritmo estimulante que de inmediato dominó su mente, oscureciéndola por completo
en obediencia a las sensaciones que de sus caderas emanaban. Los duros dedos
regresaron a su clítoris en un toque firme e hipnótico que acompasaba perfectamente
a la boca que la devoraba, entrando y saliendo una y otra vez en su ardiente y
lubricada cavidad; volviéndola un ser primitivo y sensorial, listo para
quemarse.
Elise se retorcía asfixiada de placer
entre gemidos y gruñidos involuntarios, ahogada por completo en el poder que
Edward tenía sobre ella y se dejó ir tal y como lo había anhelado en aquella
primera alucinación suya, al recordar los claros ojos del extraño con el que
alguna vez compartió una mesa en una concurrida velada. La liberación se vino explosiva, entre fuertes
sacudidas y gritos que rogaban por más; Edward sólo le dio unos instantes para
que su corazón se relajara al regresar a su boca y besarla ansioso, subiendo y
acoplando su cuerpo al de ella. El entorno se estaba difuminando para él
también y sus instintos comenzaban a golpear con demasiada fuerza al muro de su
concentración, deseosos de tomar a la chica de modo primario y cabalgarla hasta
saciar sus apetitos también.
Las
manos de Elise se tornaron sobre él posesivas, acariciándole y ayudándole a
montarse sobre ella, sintiéndose sobre la pétrea piel como fuego vivo cuando con
una tomó su miembro para recorrerlo y acariciarlo; mientras que con la otra lo guiaba
por el trasero, acercándolo dominantemente hacia el lugar donde ella quería
tenerlo. Edward siseó al contacto y tuvo que retroceder mentalmente un poco
para poder palpar cuan involucrado
estaba el monstruo en amar sin dañar, a Elise.
En
una ráfaga de morboso diálogo, ambos concordaron que la deseaban y terminaron
de hacerse uno ante la necesidad acompasada que sentían por penetrarla.
Consiente
de ese acuerdo y de que ya no podía esperar, llegó el momento de entrar en
ella, haciéndolo lo más dominado que pudo, sufriendo voluntariamente la
contención de sus deseos para ayudarse a no destrozarla en su frenesí. Su
desesperante lentitud sólo sirvió para aumentar la necesidad de Elise, cuyas
caderas se sacudían violentas, buscándole y rogando terminara de poseerla. Quizá algún día…, pensó el vampiro, mientras
su imaginación ardiente recreaba la
escena de lo que sería esa misma vivencia con ella como inmortal también. Se
descubrió a sí mismo añorando con felicidad ese día, en medio del agolpante placer
de sentirla contrayéndose pesadamente contra su miembro.
Elise…
Ese sentimiento de alegría rompió los límites de su esencia
y finalmente olvidó que él no estaba vivo en realidad, la pasión por Elise y el
amor de ella lo hicieron humano en todos los sentidos y se entregó por
completo. Su miembro entraba y salía entre las ardientes contracciones que le
recibían e intentaban retenerlo firmemente, haciéndolo endurecerse y llenar por
completo la cavidad para el placer de Elise mientras que sus bocas se besaban
al mismo ritmo, penetrándose con la lengua en voluntaria imitación al sexo y
aumentando la locura de comunión que experimentaban.
Con
su cuerpo al límite y ansioso por liberarse, alcanzó a notar el aumento imparable
en el ritmo y la fuerza de las embestidas; y con desesperación se agarró
firmemente las femeninas caderas para intentar medir y contener la fatalidad al
dejarse ir. Cuando el orgasmo empezó a sobrepasarlo, la sed instintivamente
reclamó su satisfacción también y Edward palpando al veneno agolparse en su
garganta, puso toda su confianza en su férrea voluntad de la supervivencia de
Elise mientras se corría salvajemente y perdía contacto con su mente.
Elise
se convulsionó también en medio de sonoros y magníficos gemidos, perdida en su
propio clímax e ignorante de cuán cerca estuvo de la muerte, al momento de que un
ofuscado de placer Edward la elevó repentinamente por las caderas y espalda
para seguir embistiéndola; mientras que llevaba la boca hasta su cuello,
gruñendo inhumanamente por mantenerla cerrada y en un último instante, lanzar con
violencia la cabeza hacia atrás -lejos de ella-, alcanzándola en orgasmo con un
rugido.
Cuando la neblina del placer comenzó a difuminarse, Edward
abrió los ojos que al igual que ella había cerrado en algún momento, para
contemplar a la perfecta humana que seguía entre sus brazos, viva, palpitante y
unida a su sexo. Lenta, muy lentamente, volvió a llevar a su boca hasta la base
de su cuello y con reverencia lo lamió, para luego besarla delicadamente en el mismo
lugar.
Amar
a esa chiquilla sería siempre la fuerza para mantenerla viva.
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Uf! Necesito un trago.
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Hum... Las que gusten de Rob, pueden ver un video tributo a él con la misma canción que les va a elevar la temperatura a más de una. ¡Oh, sí! Soy mala, lo sé. ¡Disfruten!
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