CAPÍTULO
9
EL
SOL DE ELISE
No hay tiempo para nosotros
No hay lugar para nosotros
Qué cosa es ésto que construye nuestros sueños y aún y así
se aleja de nosotros.
¿Quién quiere vivir para siempre...?
No tenemos oportunidad
Todo está decidido para nosotros
Este mundo sólo guarda un instante de felicidad para nosotros.
¿Quién quiere vivir para siempre...?
WHO WANTS TO LIVE FOREVER?
QUEEN
Recargada
en la barra de la cocina, Elise miraba con afecto y detenimiento la familiar
escena que se desenvolvía frente a ella. Su hermano menor, Franco, ayudaba a
poner la mesa mientras su padre miraba el televisor en la sala. Elise y su
madre habían cocinado juntas la cena, pues su presencia en casa había motivado
a su progenitora a preparar algo especial y basto, luego de regañarla por su
extremo adelgazamiento.
Estar
en casa le producía una sensación de calidez que la conmovía profundamente;
todo era tan… Como siempre…
Hermoso.
La
convivencia en la mesa fue reconfortante, llena de afecto y alegría. Con una
conversación que llenaba de detalles la
ausencia de los meses transcurridos sin que ella hubiese regresado al hogar.
Franco estaba crecido, de novio y enamorado. Su padre, seguía trabajando, pero
estaba cercano a la jubilación y aún muy enamorado de su madre. Tenían planes
de que cuando Franco ingresara a la universidad dentro de tres años, se
tomarían un tiempo para viajar y así no sufrir tanto por tener el nido vacío. Era
evidente que aún les dolía la partida de Elise lejos del hogar, pero estaban
más en paz con la situación.
Elise
sabía que ella siempre sería prioridad en la vida de sus padres y temió
herirlos mucho si compartía su secreto. La casa estaba tan llena de felicidad
esa noche, que esa sensación empujó a la pelirroja a postergar la dolorosa
conversación.
Más tarde en su dormitorio infantil y con las luces
apagadas, volvió a llorar. La habitación estaba impregnada de muchos recuerdos,
buenos y malos y todos ellos le acompañaban como pálidos compañeros de sus
cavilaciones nocturnas. Las tibias lágrimas corrieron silenciosas hasta su
almohada, ya que temía alertar a su madre de su estado y trató de controlarse.
No quería lastimarlos. A ninguno de ellos.
Al
día siguiente, domingo, su madre se las ingenió para hacerla salir a solas con
ella y así poder un tiempo en privado
para adorar a su hija. Con su corazón de madre podía intuir que Elise no había
vuelto a la casa por tantos días solamente porque sí y deseaba enterarse de la
verdad, pero aún con su dulzura y
perseverancia, no logró obtenerla. Todo lo que su hija optó por confiarle fue
sobre su nueva relación con el hombre más espectacular y único que seguramente
se cruzaría por su vida, Edward Cullen.
El
mero hecho de que hubiese salvado dos veces a su pequeña, hizo que Sylvia le
tomara afecto inmediato al chico que enamoraba a su hija. Escuchar la narración
de los eventos privados de la vida de él, no resultó menos impactante y pudo
también comprender con claridad el por qué Elise se había prendado tan pronto
de él. La historia era muy empática para las abrumadoras vivencias de su
pequeña.
El
martes llegó más pronto de lo que Elise hubiese deseado, con una angustiosa
conversación pendiente, que la mantenía en vilo respecto a sus consecuencias; sólo
que una vez que hubo reunido a su familia para decirles “algo importante que tenía que comentarles”, se escuchó a sí misma
diciendo algo completamente distinto a lo que le oprimía el alma.
Mientras
manejaba de regreso, se convencía cada vez más que había tenido una epifanía,
justo a tiempo. Todo sería mejor de esa manera, para todos. El plan era
perfecto, sólo tenía que ponerlo en marcha y sería más fácil de lo que jamás
había pensado.
Sí,
volvió a llorar en trayecto, pero se dijo a sí misma que ya habría tiempo para
eso. ¡La vida era bella y había que vivirla!
Edward vigiló su ventana esa noche, se había debatido mucho
sobre tocar a su puerta para confrontarla luego de su alocada partida, pero el
notar que Elise no lloraba más, le dio la fuerza para contenerse y esperar a
que ella lo buscase. Debía recordar que esa era la prerrogativa de Elise, ella
siempre tendría el derecho de alejarlo o acercarlo, él jamás debería volver a
imponer su voluntad sobre nadie.
Esa
noche, convertido en estatua de mármol a la espía del sueño de Elise, la Isabella
de su mente le miró iracunda varias veces.
-Sí,
lo sé amor… Si tan sólo te hubiese dado ese mismo poder a ti… ¡Nuestra historia
hubiera sido tan distinta!
El
retorno de la alucinación a su mente fue muy notorio luego de haberse ausentado
junto con Elise durante todos los días que ella había estado fuera, y aún así,
Edward se negó a aceptar que quizá aquello había sido una acción
voluntaria.
Había
extrañado mucho a Elise mientras luchaba por no seguirla hasta la casa paterna,
pero utilizó la sensación de vacío que experimentó esos pocos días como ancla,
al compararla y aceptarla como la ínfima parte del sufrimiento que seguramente
había experimentado Bella cuando la abandonó, para mantenerse firme en su
decisión de respetar los deseos de la pelirroja.
Aún
así, en su interior, se aferraba a la esperanza de que Elise todavía deseara
tenerlo a su lado.
Poco
antes del alba Edward se replegó en su casa, decidido a presentarte ante Elise esa noche al salir de su trabajo.
Una
vez más Elise tardó en salir, haciendo de los insignificantes minutos una
intolerante molestia para el ser eterno. Le fue evidente que ella le esperaba,
ya que apenas pisó el umbral, sus ojos le buscaron por encima de las personas
en el rededor. Él pudo leer placer en su mirada al hallarlo ahí, pero también le
fue evidente el nerviosismo en la sonrisa con que le recibió, al no ser ésta
tan limpia como siempre.
-Hola
extraño. –dijo ella tratando de encubrir su inquietud mientras le besaba sólo
la mejilla en vez de los labios, ignorante de cuanto en realidad hería a Edward
con el desvío de su caricia.
-Hola
Elise. Bienvenida a casa. Te extrañé.
Los
ojos de la chica se dilataron ampliamente bajo esa afirmación voluntaria
mientras que el pulso se le desbocaba a la par, confundiendo a Edward sin
arrepentirse de lo dicho. Una cosa era no intentar retenerla y otra, mentirle.
Y él, sabía que necesitaba compartirle esa verdad.
-Yo
también pensé en ti Edward.
Fueron
las pocas palabras con que ella contestó para no permitir al sentimiento
escaparse, intentando con ello aferrarse a su plan. Ella seguía sin saber cómo
manejar la situación para lograrlo, pero tenía que alejar a Edward para no
herirlo. Pensar en eso, hacía que le doliera el corazón, sabía que estaba
completa y absolutamente enamorada de él y aún así, tenía que renunciar a ese
amor.
-Dime
algo Elise, ¿estás bien?
La pregunta iba más allá de lo evidente, haciendo alusión a
la última vez que se habían visto y la dramática partida de ella. Elise decidió
ser honesta, pero parca al respecto.
-Si
Edward. Estoy mejor. Todo parece mejor ahora.
Si
su pulso no la hubiese delatado, o el leve temblor de sus labios no le fuese
completamente perceptible al vampiro, quizá le hubiese creído; pero la mentira
sólo hizo que Edward se preocupara aún más. Debía demostrarle cuánto podía
confiar en él, ya que era verdad que la respetaba con la vida misma. ¿Pero,
cómo?
-Bien…
Los
ojos de Edward se clavaron en los de ella con fuerza arrasadora, calándola
hasta el fondo, haciéndola temblar de emoción y desatando deseos que quería
prohibirse.
Esa
noche fueron directamente al departamento de ella pero no estuvieron solos
suficiente tiempo como hablar más, Marita y Ralph aparecieron ahí apenas se
había cambiado Elise la ropa por unos viejos pantalones de ejercicio y una
camiseta; y con ellos, muchas cajas.
Luego
de los saludos y de meter entre todos los cartones al interior del domicilio, Elise
les extendió bebidas y algo de comer, tratando con ello de evitar el ceñudo
gesto interrogador con que Edward la miraba.
-Querida… - Le dijo Marita con su aún marcado acento
brasileño.- Todavía me tienes en shock por esto, sé que ya lo hablamos, pero… ¿qué
quieres? Pensé que las cosas habían cambiado. –Le preguntó mirando de reojo a
Edward. Su amiga le había advertido esa mañana por teléfono, que aún no le
decía nada a él y que no tenía idea de cómo iba a tomar la noticia.
Era
evidente para la pareja por la acusadora mueca en el pálido y hermoso rostro
que se estaba enterando de la partida de Elise, a la par que entre todos
empezaban a desmontar el departamento de ella.
Un
poco después de las 11:30 sus amigos se despidieron conviniendo en regresar al
día siguiente para seguir ayudándola y Elise los abrazó afectuosa; pero cuando
cerró la puerta tras de sí, se aferró a
la perilla llena de temor. Edward la miraba silencioso apretando la mandíbula.
¿Habría modo alguno de salir de esa sin raspones?
-Lamento
no habértelo contado antes, pero es que simplemente tomé la decisión allá, en
casa…
Elise
se estremeció repentinamente, algo muy atemorizante se percibía emanando de
Edward. Un escalofrío le convulsionó el pecho, se había adherido a la puerta
completamente sin darse cuenta y aunque Edward no se había movido siquiera un
centímetro, parecía haberse adueñado hasta del aire alrededor de ella. Era como
si él se hubiera convertido en un dominante gigante que sabes te va a atacar y
demoler en un segundo apenas avance hacia a ti.
Al
interior del vampiro se estaba librando una lucha campal entre su autocontrol y
sus instintos. Se había contenido todo el tiempo que los amigos de ella habían
estado ahí pero ahora, a solas; la frustración, el miedo, la desesperanza y el
egoísmo lo estaban azotando. Se había mentido profundamente. Era incapaz de
dejar a Elise irse sin luchar por ella.
-Edward…
-¿Acaso…
Acaso, es que por fin me repudias y por eso huyes?
Elise
respingó al escucharlo. ¡Pobre Edward! ¡Cuán herido estaba! ¡Cuánto daño le
había hecho Isabella al no escogerlo a él! En ése instante, la tal Bella se
convirtió en alguien odioso para ella y sintió el enorme deseo de consolar a
Edward. ¡Si tan sólo pudiera hacerlo sin lastimarlo más…!
-Edward,
esto no tiene nada que ver contigo en realidad.
-Elise,
¿acaso lo sabes? ¿Sabes lo que soy ya?
Ella
lo miró sin entender.
-¿Cómo?
La mente de Edward se movió con una velocidad imposible
apoyada en lo que sus capacidades sobrenaturales le permitían captar. Elise
decía la verdad, al menos respecto a lo que él refería. Sin embargo, podía sentir
y olfatear muchas cosas en ella, principalmente al miedo cada vez con mayor
intensidad, emanando de su cuerpo. Tenía que lograr que se explicase y tenía
también que hacerla sentir segura a su lado. Conseguir eso con el depredador en
sí, tan alterado como estaba, requería de gran tenacidad por parte de su
voluntad.
Con
suma delicadeza y lentitud extendió su mano hacia ella, palpando mentalmente a
todos los músculos que utilizaba en ése movimiento para recordarles que Elise
era tan frágil como el cristal, cuando finalmente le tocó el rostro.
El
frío tacto ya no le resultó ajeno a ella, no podía moverse de su apoyo, aún
prisionera de la fuerte presencia de Edward; y con entrecortada respiración
esperó por lo que viniera. Entumecida.
Los
dedos de Edward recorrieron con cuidado la mejilla de ella, para luego dirigir
su pulgar hacia los carnosos y latentes labios. No quería lastimarla, ni asustarla,
pero deseaba tanto besarla y saberla.
Con
la misma lentitud insidiosa cerró el resto de la distancia entre ambos al mover
su cuerpo justo frente al de ella, terminando de apresarla contra el muro; y
aún con todo el garbo físico del vampiro, adaptó su postura para llegar a la
altura de su cuello.
En vez de beber de su sangre, el vampiro la besó con morbidez y girando hacia su boca tomó todo su
aliento, sometiéndola con suavidad a sus deseos temeroso de olvidar cuan
delicado era el rostro que sostenía entre sus manos en su ansia de dejarse
llevar.
Elise
perdió la consciencia bajo su contacto, una vez más disuelta en la neblina de
la omnibulencia que Él le causaba con su toque, y junto con la llegada de esa
sensación, el miedo se disipó. Sólo podía besarlo y amarlo.
Edward
exploró su boca con avasallo, toda su naturaleza implicada en el acto. Tanto el
monstruo como él deseaban mucho a Elise y ninguno de ellos quería dañarla, por
ende, la profundidad de la entrega. Él no necesitaba del aire, pero Elise sí;
así que renuente y esperanzado en haber logrado conmoverla, detuvo la caricia.
Poco
a poco y con los ojos cerrados, ella empezó a notar que volvía en sí. Con el rostro arrebolado y la respiración
entrecortada, sus alterados sentidos comprendieron que el beso había terminado.
Al
hallarse tan absuelta de control, las barreras de su corazón se levantaron
completamente rebosadas del amor que sentía por Edward. Concientizarse de ello,
hizo que le doliera aún más lo que sabía tenía que decirle por el bien de él.
Aún
con los ojos cerrados ella comenzó a hablar, negándose a mirarlo.
-Edward…
El
aludido notó que ya no había más miedo exhalando de ella, pero todas las hebras
de su voz indicaban pesar. Elise no iba a cambiar de opinión.
-Por
favor Elise, no te vayas…
-Edward,
comprende. Si no lo hago uno de los dos va a salir terriblemente herido. Yo
podría destrozarte una vez más o tú podrías quitarme la vida antes de tiempo
con tu rechazo…
-Elise,
¿cómo puedes decir eso? ¿No has sentido cuanto te necesito?
-Por
favor… No insistas Edward. Yo te quiero también, pero tengo que hacer esto.
Elise
buscó con desesperación las palabras más certeras para alejarlo. Era mejor
herirlo ahora que después.
-Si
me quedo, bueno, perderé todo de nuevo.
Yo no tenía intención de enamorarme de alguien como lo estoy haciendo de ti.
Tú, tú sabes cuáles son mis sueños y si me ato a ti los perderé para siempre.
Tengo que vivir mi vida. No estoy lista para dejarla ir.
El
arma más certera no fue el rechazo, sino la confesión de que lo amaba. Isabella
se presentó violentamente ante él. Se le veía completamente acusadora y
satisfecha. Finalmente habían llegado al momento de su condena y paga. Saberse
rechazado a pesar del amor, escuchar el cómo no le quería para ser parte de su
vida, fue exactamente lo que él le hizo a Bella.
Pero
él había mentido, él la adoraba, estaba dando todo por la de ella para darle lo
que por derecho le pertenecía… Una vida, una descendencia, el sol y los
amaneceres; todo lo que él no lograría darle nunca. Todo lo que estúpidamente
pensó Jacob Black le podría proporcionar a ella hasta convertir su recuerdo en
una mera pesadilla de su pasado.
Bella
lo había hecho, había suplicado, peleado, se había hecho añicos ante él cuando
se despidió pero de nada sirvió, él se fue. Saberla sufrir fue volver a morir,
pero creyendo que era lo mejor, se mantuvo lejos hasta que no pudo más,
regresando para estar ahí en el momento final de su amada.
Elise
se adivinaba al borde del llanto, pero no había cambiado de opinión, aceptó
Edward. No lo quería a su lado, ni siquiera le había invitado a acompañarla. Cuan
absurdo y terrible hubiese sido eso, pensó. Para ello él hubiera tenido que confesarle
lo inconfesable y ella habría huido aún más rápido, aterrorizada de por vida de
que un vampiro la hubiera cortejado y temiendo
que algún día regresara por ella.
No.
Ese
rechazo era lo que él merecía.
-Supongo que finalmente podrás estar en paz
amor, he pagado con la misma moneda al daño que te hice. Vuelve a tu cielo que
yo me quedaré en mi infierno por siempre Bella…- Le dijo a la visión en su
mente, lleno de dolor. El fantasma le miró con desdén y con lentitud,
desapareció, dejando su pensamiento en un vacío brutal.
Edward
pudo sentir como se estaba fracturando a causa de la gran nada que lo estaba
invadiendo y temeroso de lo que pudiera suceder si perdía la razón una vez más,
sólo alcanzó a mirar a Elise lleno de preocupación y dolor antes de casi
arrancar la puerta donde ella había estado recargada para alejarse lo más
pronto posible de ahí.
Todo
el cuarto pareció haberse quedado hueco junto con la partida de él. La fuerza
con que ella se había sentido invadida también se evaporó, dejándola caer con una
dureza tal, que ella misma sintió la necesidad de sentarse para evitar desplomarse.
Aún aturdida como estaba, alcanzó a comprender lo imposible que había
presenciado. Nadie se movía a esa velocidad, ¿cómo era que Edward hubiese
desaparecido de ese modo?
En
poco minutos el vampiro se hallaba ya muy lejos de la ciudad, corriendo hacia
las montañas, retirándose del peligro de herir a inocentes en su trastorno. Su
dominio casi perdido para cuando se detuvo en la absoluta soledad.
El
depredador y él gritaron al unisono, heridos en lo más profundo, perdiendo el control
finalmente. Sólo quería destruir, ceder a sus impulsos, desbaratar su entorno
intentando con ello herirse a sí mismo. Árboles, rocas, suelo, todo se rindió
bajo sus puños. Quería llorar y no podía, pero sus lamentos escapaban de su
garganta como rugidos de un animal salvaje, asustando aún más a cualquier ser
viviente del área que no hubiese alcanzado a huir ante la destrucción que ahí
estaba sucediendo.
Luego
de un largo tiempo, fue perdiendo impulso en su devastación, sintiendo un
cansancio que le era imposible sentir en realidad, más allá de su agotada mente,
hasta quedarse echado e inmóvil en el suelo.
Mientras
tanto, y al mismo tiempo, Elise se había desarmado en llanto en cuanto dejó de
interesarle el modo en que Edward había desaparecido, para concentrarse más en
la salida de él de su vida. Estaba perdiendo demasiadas cosas, demasiado
pronto. Lo amaba, lo amaba muchísimo y renunciar a él se sentía injusto. Deseó
tener más tiempo, vida, pero no era así; y volvió a llorar clamando por un
milagro imposible. Tumbada en el sillón, el entumecedor agotamiento la venció,
haciéndola dormir ahí mismo. Para cuando su alarma sonó, demasiadas cosas
habían sucedido muy lejos de ahí.
El amanecer en la montaña se abría lentamente paso entre las
sombras de los árboles, llenando de vida, sonido y calor el área, alertando con
ello a Edward de la inminente llegada del sol a su arrasado claro. Con lentitud
humana, el vampiro se incorporó para preparar su muerte. Ya había decidido que
era el fin y comenzó a armar una hoguera con los árboles caídos quedando él en
el centro de la misma. No tenía idea de qué iba a seguir luego del fuego, pero
el infierno ya lo había alcanzado de todas maneras. Él era un condenado sin
alma, sin perdón, no tenía caso seguir escapando de lo que tenía merecido. Con
un poco de dificultad, logró la primera chispa y de ahí las llamas a su
alrededor. Extendiendo los brazos y elevando el rostro, esperó a ver el sol
elevarse en el cielo por última vez.
Los dorados rayos del astro alcanzaron el llano que había
creado Edward en su duelo y alumbraron la rojiza hoguera donde el vampiro
comenzaba a incendiarse; pero el depredador no estaba dispuesto a morir. Cuando
el dolor agudo de las llamaradas encendidas aguijonó su mente, el monstruo se rebeló
con violencia, peleando contra la voluntad de Edward para hacerlo reaccionar y salir de ahí a tiempo.
-¡No! ¡Estás loco!
-Te equivocas, o quizá no,
pero ya no tiene caso discutirlo.
-Estás haciendo esto en
vano. ¡Piensa! Ella te está mintiendo.
-No. Elise no me quiere, y
sé bien que Bella sí mintió cuando dijo que me perdonaba por todo. Ella regresó
para cobrarme la deuda.
-A quien has visto no ha
sido a Isabella. Ella está muerta, has sido tú mismo en tu demente culpabilidad
que la has vuelto a la vida.
-Aunque tuvieses razón, eso
es lo de menos.
-Elise sí te quiere.
-Pero me rechaza, además,
es la misma historia. No hay nada que yo pueda ofrecerle en realidad.
-Eso no es cierto.
-¡No te atrevas! Ni
siquiera lo digas.
-Tú sabes cuál es la
verdad. Ella te está alejando pensando que te está protegiendo y haciendo la
misma estupidez que tú a Bella.
-¿De qué estás hablando?
-Piensa, lo sabes, ¡lo
sabes! Has estado tan ciego buscando la vida en el calor que ella te dio, que
te has olvidado que conoces muy bien a la muerte.
-¿Cómo?
-Te has creído humano de
nuevo, pero tú eres más que eso, tú sabes bien a qué huele Elise.
-No.
-Sí.
-Ella no, no puede ser.
-¿Por qué crees que se está
marchando tan abruptamente?
-No.
-¡Sálvala!
-Eso
sería matarla.
-Dale
la opción.
-Ella
no puede querer ser un monstruo.
-Ella
jamás será un monstruo, pero sí se extinguirá si la abandonas.
-…
-¡Sálvala!
-…
-¡Sálvala!
-…
-¡SÁLVALA!
Con ése último grito en su mente Edward
giró violentamente para escapar del fuego. Sus heridas eran muy graves para
cuando logró encontrar un refugio. Tardarían más de un día en curarse y tiempo,
era lo que menos tenía Elise.
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¡Aaaaay! Me duele el corazón. Temí mucho por Edward mientras ardía en
las llamas, era verlo en Volterra, buscando su muerte de nuevo. Pobrecillo, ha
sufrido tanto que no puede más. Se los dije, no puedo imaginar lo que es
sobrevivir a todos los que amas… Por siempre.
Cariños: Sissy
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Capítulo escrito el 27 de Sep. 2013. Publicado el 17 de enero del 2014.
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