CAPÍTULO 12
HISTORIAS
Era
la hora de la cena cuando el timbre de la puerta sonó. Elise, su madre y todos estaban yendo y viniendo de
la cocina para recoger la mesa y limpiar. Franco se ofreció a abrir pensando
fuese uno de sus amigos, pero para su sorpresa un alto y atractivo extraño
parado en el pórtico le saludó mientras se presentaba y preguntaba por Elise Renaud
identificándose como Edward Cullen, su… Amigo.
Franco
le dejó esperando en la entrada mientras que a voz de cuello llamaba a su
hermana y Edward sonreía torcidamente ante la falta de discreción del chico. En
la cocina, Elise palideció de impresión al oír claramente el nombre que menos
esperaba sonar en su propia casa. En un
segundo tomó el trapo de encima de la estufa y con manos aún húmedas salió en
dirección de la puerta mientras su madre sonreía con satisfacción a su padre.
El novio estaba ahí. ¡Perfecto!, parecieron decirse el uno al otro en silencio
y entre ambos terminaron prontamente los trastes para alistarse para la
presentación.
Elise
llegó casi al instante a recibirle con el corazón latiéndole desbocado en el
pecho. Edward sonrió ampliamente al verla llegar con la melena roja volando
tras de ella y feliz se entregó al beso que ella le dio mientras se refugiaba
contra su pecho.
-¡Volviste!
Él
sólo sonrió tremendamente complacido de la cálida bienvenida. ¡Qué magnífico se
sentía tenerla entre sus brazos de nuevo!
-No
soy nada si no cumplo mis promesas Elise. Aquí estoy para ti, si aún me quieres
a tu lado.
Ella
obvió por la alegría en su corazón el mensaje oculto en sus palabras y sólo se
conmovió más.
-Tonto…
Te quiero… Conmigo.
-Elise…
Ella
lo interrumpió, aún efervescente por la llegada de quien temía no volver a ver.
-Tu padre… ¿Lo encontraste?
Edward
sonrió satisfecho al recordar la estadía en la casa paterna y todo lo que vivió
ahí.
-Carlisle
es un padre generoso Elise. Siempre tuvo fe en que yo volvería y dejó rastros
sobre su paradero para que pudiera
encontrarles.
Elise
elevó una ceja desconcertada por la expresión de Edward. Las ideas que había
acallado desde aquél horrorífico sueño hicieron sonar una campana bastante nítida
en su raciocinio.
-¿Y…?
¿Cómo fue todo? ¿Estás bien?
Edward
se conmovió ante la preocupación de ella. Parecía que nada más importaba ahí y
con más fuerza se alegró de sus hallazgos.
-Sí.
Fue, mejor de lo que me merezco. Al parecer, mi hermana menor presintió mi
llegada y todos estaban sumamente emocionados.
-¿Hermana?
No sabía que tenías una hermana.
-Hay
mucho que no te he contado Elise. Tengo, una familia. Dos hermanas y dos
hermanos.
-Oh.
Todos ellos… ¿Son, como tú?
El
vampiro entrecerró los ojos levemente. Al parecer Elise había hecho su tarea,
pero le preocupaba no acertar a saber si ella comprendía cabalmente la
realidad. Suspiró apenas, buscando el modo de contestar. No más mentiras,
decidió.
-Sí
Elise. Toda mi familia lo es.
La
chica pestañeó dudosa de lo que estaban hablando. ¿No era eso una locura?
No
hubo tiempo de seguir charlando cuando una voz femenina los interrumpió
urgiendo a Elise a recordar el lugar donde se encontraban.
-Elli,
¿no vas a pasar a tu amigo?
Edward
se recompuso al acto, con tiempo suficiente para enderezar su garbo al momento
en que Sylvia Renaud alcanzaba el quicio, sonriente.
-Buenas
noches Sra. Renaud. Mi nombre es Edward Cullen. Soy amigo de Elise.
-Sí,
sé quién eres Edward. Me alegra conocerte al fin. ¿Pasas?
Elise
le miró inquieta, los temores de su pesadilla le miraron cizañosos para ser
aplastados por una sonrisa muy similar la suya.
Sylvia Renaud miró sorprendida y levemente embobada al chico
que le agradecía mientras le devolvía la
sonrisa al entrar a la casa. Elise no había exagerado al llamar “guapo” al
muchacho. De hecho, se había quedado corta. En realidad parecía sacado de una
fantasía femenina que gustara de hombres altos, pálidos y definidos; con la
capacidad de cortarle el aliento apenas te otorgan una sonrisa misteriosa. ¡Con
razón su hija había caído enamorada del príncipe encantado que le había salvado
la vida!
Edward
pudo sentir el escrutinio y lo aguantó con humor; a fin de cuentas, eran “los padres”. El Sr. Renaud fue amable
también, pero más reacio. Eso le agradó al vampiro. Luego de una breve
presentación y sentados al comedor, le fue evidente que Elise había heredado la
belleza y alegría de su madre y la fuerza y sensibilidad de su padre. Franco
era exactamente como se lo había descrito ella, un adolescente en pleno, pero
dado a la familia. El ambiente que percibía era definitivamente agradable por
encima de la curiosidad y la sorpresa.
Elise
se sentía nerviosa como cría llevando a casa al primer novio cuando sus padres
comenzaron a bombardear a Edward con preguntas. Él, pacientemente contestó a
todas ellas, platicando sobre asuntos que la misma Elise desconocía como la
peculiar familia adoptiva de la que formaba parte, extendiéndose en admiración
hacia su padre Carlisle por su gran piedad y rectitud.
Elise
escuchó tan interesada como sus progenitores el cómo Carlisle, médico de su
madre, le había adoptado a petición suya en el lecho de muerte y posteriormente,
a otros cuatro muchachos junto a su esposa, Esme, construyendo una muy especial
familia en la juventud de ambos.
Cuando su padre interrogó sobre el viaje a Edward, éste le
respondió que aún no estaba seguro si podría realizarlo debido a circunstancias
de salud de una de sus hermanas, lo cual dejó pasmada a Elise quien buscó
interrogarle infructuosamente con la mirada, teniendo que conformarse con lo
que escuchaba respecto a lo excelente profesional que Carlisle era y lo bien atendida
que estaba.
Karl
Renaud, que no era fácil de convencer, encontró importante esa respuesta al
comprender que quizá y aún con el chico ahí presente, su hija aún podría
quedarse sin compañero para semejante travesía y redobló el interrogatorio.
Edward
expuso sus esperanzas de que todo resultara prontamente para bien ya que él
tampoco quería saber a Elise sola al otro lado del mundo; y lo dijo con tal
convicción, que no dejó duda respecto a su interés por Elise.
Sylvia
encontró fascinante al muchacho y se sintió complacida de que su hija se
hubiese enamorado de alguien tan aparentemente maduro, a pesar de conocer
parcialmente él como una relación fallida le destrozó la vida. Esperaba de
verdad que ambos fuesen el uno para el otro, porque parecía un buen hombre.
Elise
por su parte se sentía peculiarmente
feliz al ver a Edward desenvolverse con soltura y soportar la inspección
paterna con suma facilidad. Eso era bueno. Además, el que él estuviera ahí y
que decidiera compartir tanto sobre su vida privada con sus padres lo hacía
percibirse más cercano a ella. ¿Acaso estaba su herida sanando? ¿Era por ello
que había sucedido lo que había sucedido entre ellos la otra noche? ¿Estaba
libre de Isabella?
Elise
parecía haberse olvidado por completo de lo que sucedía consigo misma al soñar
con las posibilidades de un futuro con Edward, similar a lo que lo hacía su
madre y de repente, lo miró con mucho amor.
-¿Qué
edad tienes Edward? –quiso saber la madre de ella.-
El
aludido rió con levedad, aquella era una buena pregunta.
-Soy
mayor de lo que aparento Sylvia. De hecho terminé ya la carrera de medicina,
sólo que opté por no continuarla a cabalidad, hubo algunos eventos que me hicieron
desistir de hacerlo en su momento.
-¿Medicina
cómo tu padre? ¡Bien! Entonces supongo tendrás unos veintisiete o veintiséis años,
¿no?
-Sí,
así es.
-¿Y
piensas retomarla dónde la dejaste, Edward? –Preguntó Karl.-
-No
lo sé aún. Hay algunas cosas que tengo que considerar para ello.
-Oh,
bueno… Espero puedas hacerlo, ya invertiste mucho tiempo en ello, sería una pena
que lo dejaras truncado.
-Sí… Aún tengo las puertas de Dartmouth abiertas… Espero lo
sigan estando si es que puedo regresar más adelante…
La
noche siguió amena, y poco más de una hora después finalizó el interrogatorio.
Cuando llegó el momento de despedirse, los Renaud insistieron en que Edward se
quedara en casa, pero él se negó rotundamente afirmando que ya estaba hospedado
en un hotel agradable a la par que agradecía el gesto.
-En
realidad he venido brevemente, aún debo regresar lo más pronto posible pero
quería ver a Elise en persona para hablar algunas cosas. ¿Les importaría si
salimos un rato?
-¡Oh,
no! ¡Por supuesto que no!
En
el interior del auto, Elise miró interrogante a Edward.
-¿A
dónde vamos?
El
vampiro la miró nervioso, el momento había llegado.
-A
un lugar privado, donde podamos hablar solos. Un lugar donde te sientas cómoda.
Elise
elevó las cejas dudosa, meditando sobre la petición.
-El Parque Jefferson, nadie va de noche ahí.
-Vamos.
El
trayecto lo hicieron casi en silencio, meditando cada uno calladamente sobre lo
que iba a acontecer. Luego de estacionarse en un lugar iluminado, procedieron a
andar por el sendero de ejercicio, pasando de largo los juegos infantiles y
adentrándose hacia el corazón del mismo.
-¿Cómo
estas Elise?
Ella
sonrió torcidamente ante el cuestionamiento.
-Creo
que esa es una pregunta muy amplia Edward, ¿a qué de todo te refieres? –le dijo
con una risilla.
-Sí,
supongo que tienes razón; me refería a ti, a tu salud.
-Oh.
Estoy bien de momento Edward, el agotamiento está mejorando. Voy al corriente
riguroso de mis medicamentos y suplementos y por ahora estoy estable. Más
adelante, llegará un punto en el que ya no pueda con esto pero mientras tanto,
he decidido que si me voy a ir, va a ser bajo mis términos. El viaje sigue en
pie hasta que tenga que volver a casa definitivamente.
Edward
arqueó una ceja ante la determinación de ella. Qué valiente chiquilla, pensó de
nuevo. ¿Aceptaría ella el planteamiento?
-Y…
¿Es verdad lo de tu hermana Edward?
-No
Elise. Nadie está enfermo, era sólo una historia que tuve que contarles a tus
padres.
-¡Cómo!
¿Mentiste? –Soltó ella con inseguridad en la voz.-
-Sólo
en eso, lo demás, es prácticamente verdad. Excepto que la historia tiene
matices muy particulares, quizá luego haya tiempo de contártelos todos, pero
dependerá de ti Elise.
Ella lo miró desconcertada mientras Edward suspiraba
profundamente. Se hallaban ya bastante alejados del punto de inicio y con una
rápida inspección, sólo detectó un par de latidos a suficiente distancia como
para mantener una charla segura de oídos ajenos e inconvenientes. Luego de
verificar el resto del entorno, simplemente se detuvo con Elise imitándolo.
-Elise.
Antes de irme, te pedí hicieras algo por mí.
Ella
se mordió el labio, nerviosa, mientras asentía con la cabeza. El temido anciano
se asomó velozmente a su cabeza para desaparecer tan rápidamente como lo hizo.
-Entonces…
¿Lo sabes ya? ¿Sabes que soy?
-Edward…
Es que es demasiado absurdo, demasiado, imposible para ser real.
-Elise,
has visto cómo me muevo, sabes que no puedo asomarme de día…
-Edward…
No lo sé, tuve un sueño pero, yo… -No supo porqué, pero en vez de concretar esa
espeluznante e incómodo razonamiento, repentinamente desvió por completo el
rumbo de los pensamientos dando paso a una duda que la asaltó repentinamente.-…
Me gustaría conocer la historia de Bella, su verdadera historia.
La
petición tomó por sorpresa al vampiro. Él había procurado mantener a raya ya el
fantasma de su amada por respeto a Elise y ahora era ella misma quien la invocaba.
-¿Qué
quieres saber?
-¿De
qué murió ella?
Edward suspiró y miró hacia abajo por un instante, para
luego elevar su mirada y dejarla perderse en los recuerdos.
-Fue
una neumonía, no había suficientes recursos médicos en aquella época y lugar, y
ella… Perdió la batalla.
-¿Qué
edad tenía Bella cuando murió, Edward?
El
pálido hombre, tragó una saliva innecesaria para aclarar su garganta antes de
responder.
-Cincuenta
y tres años, Elise.
La
aludida respingó sorprendida, no esperaba eso.
-¿Y
tú…? ¿Cuándo la conociste?
-Cuando
ella tenía diecisiete.
Elise
trataba de ajustar sus pensamientos a la información que recibía, ¡aquello era
una locura!
-¿Y
entonces…? ¿Por qué? ¿Cómo?
-Lo
que te conté fue tal y como lo narré. Ella y yo vivimos como marido y mujer por
una década Elise, hasta que las añoranzas de Isabella se hicieron demasiado evidentes
y pesadas para poder cargar con ellas.
-¿No
era feliz?
-Se
sentía incompleta. Bella deseaba mucho ser madre y eso, fue otra cosa más que
yo no podía darle.
-¿Pero
cómo?
-Nosotros,
-e hizo énfasis en esa palabra- no tenemos descendencia de esa manera Elise. No
estoy vivo en realidad…
La
chica pelirroja dejó de respirar varios segundos hasta que su corazón se rebeló
ante la falta de oxígeno con un latir violento en su cuello, provocándole un mareo antes de normalizarse.
-¿Qué
edad tienes, Edward? Me refiero a tu verdadera edad.
-Tenía diecisiete años cuando morí Elise, nací en 1758, y estaba
agonizando cuando Carlisle me encontró. Formaba parte de un grupo de jóvenes e impetuosos
reclutas sin mucho entrenamiento en medio de la guerra de independencia contra
la corona, un verdadero problema. Cuando el ejército británico arribó al
territorio, dimos cuartel por varios días, pero finalmente tuvimos que
retroceder. Entre toda esa vorágine se perdieron muchas vidas. Carlisle, como
médico, hacía lo que podía para ayudar a los heridos, pero en mi caso… Mi madre
quedó atrapada en la querella contra los Casacas Rojas; fue masacrada junto con
muchos otros inocentes. Carlisle la encontró aún con vida y supongo que ella fue
muy persuasiva con él antes de morir porque él
me buscó e hizo lo único que podía hacer por mí dadas las circunstancias.
Elise le escuchaba congelada visualizando por momentos la
narración con largas colinas llenas de humo y cuerpos inertes en un periodo
crucial de la historia americana. Después, le fue muy sencillo cuadrar los
suaves modales y la tenacidad de Edward en un uniforme antiguo. Un joven
soldado pálido, de mejillas arreboladas, dispuesto a todo por proteger lo que
él creía justo.
-¿Carlisle
te… Hizo esto?
-Él
me salvó a su modo, Elise. Aunque ciertamente, por un tiempo no estuve muy
feliz al respecto.
-Edward…
Entonces… ¿Tú, él…? ¿Toda una familia de…?
La
tensión en los músculos del duro cuerpo era más mental que real. Estaba al
borde y cayendo sin remedio.
-Sí.
-Edward…
¿Mis padres, mi familia…? ¿Alguna vez he estado yo en peligro…?
-No.
Jamás. –Respondió categórico.- Elise, te hice una promesa aquella noche en el
Rêve, ¿recuerdas?
-¿Los
hombres que me asaltaron…?
-Me
encargué de ellos, sí.
-¡Edward!
-Elise,
debían mucho más de lo que tú piensas. Eran asesinos. No estoy orgulloso de
haber sido su ejecutor, pero sí estoy en paz con la idea de que nadie más va a
ser lastimado o asesinado por ellos.
-¿Bebes
sangre humana? ¿Es por eso que nunca comes conmigo?
-Ya
no lo hago, Elise. ESA, fue la enseñanza mayor de Carlisle. Mi familia, bueno,
somos algo así como vegetarianos. Sólo nos alimentamos de animales.
-¡Isabella!
¿Ella, lo sabía?
-Sí.
Lo descubrió por sí misma. Y no le importó. Aquello casi me enloqueció, ella
debió haber salido huyendo lo más lejos posible de mi. Se lo dije muchas veces,
pero siempre me acalló con su ternura.
-Pero
dices que murió. ¿Estuviste con ella hasta el final?
-No
Elise… Ella… Ella me rogaba la convirtiera, no quería que la muerte nos
separara jamás; pero yo me negué. No podía hacerle eso a su alma…
Edward
miró significativamente a la pelirroja. Contarle toda la verdad sobre Isabella
era ayudarla a entender también lo que le iba a ofrecer.
-Ella, Bella, aceptó por un tiempo vivir así conmigo como mi
mujer; pero el paso de los años fue dejando su marca y mientras que ella
envejecía de a poco, yo me veía igual. En un punto tuvimos que empezar a mentir
al respecto ante la sociedad y fingir que éramos Tía y sobrino… Nos mudábamos
constantemente para evitar sospechas y por todo ello y con el paso del tiempo, ella
empezó a presionar de nuevo. Además, estaban sus sueños…
Edward
sonrió ensimismado ante los recuerdos buenos y malos apareciendo en su cabeza.
-
Isabella tenía sueños muy vívidos y tendía a hablar dormida. Era fascinante
escucharla mientras velaba su descanso, hasta que comenzó a llorar así,
adormecida; clamando por un niño cuya imagen la visitaba constantemente. De día
ella mentía, afirmaba que no le importaba no ser madre, que todo lo que quería
era a mí, pero su subconsciente opinaba distinto.
La
narración se interrumpió por un momento, con una marcada pausa que demostraba
dolor y añoranza.
-Un
día, tomé la decisión de que no debía imponerle mi egoísmo más a Bella.
Teníamos poco de habernos asentado en el pequeño poblado de Port Angels, cuando
todo empezó a caer por su propio peso. Hubo un joven indio, de la tribu de los
Quileutes, que se prendó de Isabella y creyendo en la fachada de que éramos
hermano y hermana, comenzó a cortejarla para mi desagrado. Era un buen hombre,
decente; algo arrebatado pero bienintencionado. Se llamaba Jacob Black, descendiente directo del Jefe Black. Luego de estudiarle lo suficiente decidí que él
podría cuidar de Isabella, incluso con su vida de ser necesario. Así que un día, abandoné cruelmente
a Bella haciéndole creer que ella no era ya conveniente para mí, que había
envejecido y que yo nunca la iba a convertirla; dándole a entender que repudiaba
su lenta agonía humana.
Elise
se vio inmersa en la trama del pasado de Edward creyéndose invisible testigo de
ese devastador momento para una simple mortal, enamorada de un ser imposible.
-Pero
si tú aún la amas… ¡¿Cómo pudiste?!
-Matando
a mi corazón por segunda vez, Elise. La dejé en un prado cerca de nuestro
hogar, donde cayó en llanto luego de su infructuosa búsqueda cuando desaparecí
de su vista. Uno de los indios rastreadores la encontró y luego de muchos
meses, Jacob Black encontró el camino hacia su corazón.
-¿Estuviste cerca de Bella todo el tiempo, verdad?
-Sí,
jamás me fui; pero nunca más me presenté ante ella. Sabía que si volvía a su
lado le rogaría todos los días de su vida por su perdón y sabía que ella me
acogería de nuevo; pero no podía imponérselo. Isabella tenía derecho a vivir, a
florecer en la maternidad, a ver amaneceres con un hombre a su lado y yo… Le
dejé ese espacio a Jacob.
-Sí.
Casi tres años después de mi partida, Bella daba a luz a su primera hija, Marie
Renné. Una hermosa criatura de piel nívea, cabello marrón como ella y con los ojos negros de su padre. Más
adelante vinieron otros cuatro niños, el tercero falleció poco después del año
de edad y antes del nacimiento de su última bebé.
-¿Ella nunca te descubrió?
-Supongo
que intuía que yo estaba cerca, porque algunas veces la atrapé mirando justo en
mi dirección, pero nunca dijo nada. Yo me encargué de que su familia siempre
estuviese protegida porque era una época muy difícil para que una mujer blanca estuviese
casada con un nativo. Así que siempre persuadí de un modo u otro a los dueños
de las madererías a que emplearan y prodigaran a Jacob Black sin que él se
enterase.
-Debe
haber sido muy difícil para ti mirarla solo de lejos Edward, amándola como lo
hacías.
-Lo
fue, pero también me hacía feliz verla llena de niños a su alrededor. Su
alegría fue la mía.
-Ella
te olvidó…
-No.
El
aludido la miró apenado luego de contestar.
-Cuando
supe que Isabella estaba irremediablemente enferma me presenté ante ella lleno de vergüenza, esperando
su repudio por mi cobardía de casi treinta años atrás; pero Bella no me azotó
con su desprecio. Ella sí me dijo que odió el que no la hubiese dejado decidir,
que no hubiese confiado en ella; pero también me dijo que amó mucho a Jacob y
que no podía imaginar una vida sin la familia que tuvo con él. Para ese entonces
ella tenía ya dos nietos y uno más estaba pronto a llegar, lamentaba saber que
no iba a conocerlo pero también aceptaba que ya no había nada más por hacer. Me
dio su perdón antes de morir pero me pidió que nunca olvidara lo que le hice
pasar, me hizo prometer que lo grabaría en mi pétrea memoria y que dedujera lo
que estuvo mal.
Edward se encogió, verdaderamente
lastimado por ese recuerdo.
-¡Deseé
tanto poder llorar Elise! Secos sollozos salían de mi garganta cuando Bella
fallecía. No tienes idea lo terrible que fue no poder estar a su lado en su
último respiro. Yo no tenía ningún derecho y su familia, todo. Mi único
consuelo fue que la enterraron en un cementerio indio y no en suelo consagrado.
De no ser por eso, no habría podido visitar su tumba durante todos estos años….
Él la miraba con mucho dolor bajo el peso de la confidencia,
pero Elise le observaba aturdida.
-Entonces,
es verdad… Edward. Eres, un vampiro.
Edward
le miró inseguro, pero qué más daba ya. Le había confesado que era un monstruo
y aún había más por decir.
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¡Uy! ¡Aquí viene lo complicado! Descubrir que eres confidente de la
muerte, no es sencillo… Saber como mujer que te usaron, es una traición en el
alma. Vamos a ver como logro desenredar la madeja para contar la historia que
imaginé una noche.
Punto y aparte. Por favor, díganme qué les pareció la historia de
Edward y Bella. ¿Les hizo ver otro espectro en las posibilidades de nuestro querido
Twilight? Sé que me basé en aquello que leí en Midnight Sun, donde Edward
afirmaba que de no haber muerto seguramente se hubiera enlistado en el
ejército, sólo que aquí es en la Guerra de Independencia Americana de 1774.
Un beso a todas y, ¡me muero por saber de sus opiniones respecto a la
trama!
Cariños: Sissy
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No
hay melodía hoy. Tardé mucho en escribirle y la inspiración se me fue
demasiadas veces.
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