FANTASMAS
"Sin ti,
las emociones de hoy,
no serían más que la piel muerta
de las de ayer."
Hipólito -personaje de.
Hipólito -personaje de.
YANN TIERSEN
Era casi el medio día cuando Elise finalmente despertó. -¡Vaya!-, pensó –En verdad que me cansó la caminata de anoche, hacía mucho que no me
levantaba tan tarde; pero valió la pena. Edward valió la pena.- Aseveró
complacida con una suave sonrisa creciéndole por el rostro.
Recordar
la cita la hizo sonreír aún más. Reconocer las emociones que le causaba tener a
Edward a su lado era placentero. Hablar con él, oírlo reír; darse cuenta cómo,
debajo de todo ése ánimo contenido -y a pesar de sus palabras a medias y sus
respuestas extrañas-, había un ser suave y cálido…
Analizándolo
un poco más, Elise reconoció también que Edward a veces parecía demasiado
viejo, demasiado maduro para su juventud. Y concluyó que eso, era seguramente
porque él cargaba con mucho sufrimiento a cuestas y el comprenderlo, le apenó grandemente
a Elise. Ella quería verlo feliz, siempre.
-Mi gentil Edward, el caballero Edward… ¿Cómo
fue todo? ¿Qué te lastimó tanto?- Se cuestionó ella, mientras suspiraba y
dejaba los hombros caer a la vez. Necesitaba verlo pronto y hacerlo sonreír; le
extrañaba nada más despertar.
El
domingo pasó lento sin Edward, tanto que, luego de regresar de comer donde
Marita y Ralph y en vista de que el clima no iba a calentar mucho por la tarde; se negó a salir con el grupo de amigos y volvió
a montarse el pijama para dedicarse a mirar películas viejas. Sin darse cuenta del
cuando, se quedó profundamente dormida y no despertó ya hasta la mañana
siguiente. Curiosamente, el televisor estaba apagado y ella no logró recordar
cuándo se había encargado de eso.
Al
regreso del trabajo, el lunes por la noche, revisó con ansia su contestador que
destellaba, esperando noticias de alguien que ni siquiera le había pedido su
número.
El
primero de tres mensajes era de su madre, que la echaba de menos. Elise se dijo
que la llamaría tan pronto como pudiese, ya que había olvidado hacerlo el día
anterior. El segundo era del hospital, la urgían a que pasara a recoger sus
análisis y hablar con ella... -¡Por
ningún motivo!-, torció el labio desdeñosa, -¡Ahí no regreso para nada! Me estoy tomando sus pastillas, ¡¿qué más
quieren de mi?!- El tercero era de Lucca, preguntando si había dejado un
libro suyo olvidado ahí. -¡Sinvergüenza!
–E hizo una mueca de enfado- Si tengo tiempo
y ganas, lo buscaré éste fin de semana… Eso sí, espérame sentado querido-,
y con otro gesto de desdén, dio por terminada la conversación mental con su ex.
No
había nada más…
Nada
de Edward.
¿Por
qué habría de haberlo? Y se enfadó consigo misma por no haber hallado el modo
de darle su número telefónico.
¿Y
si el silencio era porque él se había molestado por lo del beso? Quizá por eso
no había hecho el intento de buscarla otra vez… ¡Oh, por Dios! Pero si había
sido una inocentada, ¿no podía ser tan mojigato, o sí? Sin ánimo de sentirse culpable por haber sido
cariñosa con Edward, cesó el diálogo consigo misma y luego de ponerse ropa
cómoda, se dispuso a llamar a casa. Más tarde, después de cenar algo sin mucha hambre en realidad, cayó
rendida en su cama, tal como la noche anterior.
No
hubo noticias de su hombre de ojos azules hasta el jueves, cuando ella ya
estaba francamente preocupada por su silencio; y al verlo afuera de su trabajo,
esperándola con una pequeña sonrisa gacha y torcida, ella no pudo sino sonreír
ampliamente al notarle, tan adecuado en su mesurada personalidad, plantado a la
puerta del edificio. Sin pensarlo de nuevo, lo abrazó feliz y le besó largamente
y con gran ternura la mejilla. Luego se
colgó del brazo de su amigo y le reprimió en silencio, con la mirada, por su
ausencia.
-Lo
lamento Elise, no fue mi intención preocuparte. –Fue la respuesta a la muda acusación
y Elise no indagó más, respetando a su querido amigo.-
Después
de esa sincera y breve disculpa, ambos se encaminaron hasta un merendero
cercano, para que Elise tomara algo de comer. Una vez más, Edward pasó de
alimentos y se encargó de la cuenta.
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Edward había vigilado a Elise un par de noches esa semana
antes de decidirse a presentarse de nuevo con ella. El motivo de su indecisión,
era el temor a su naturaleza misma. Elise le había devuelto a Bella en sus
mejores momentos, en la felicidad cuasi plena que habían vivido con ella hacía más de una centuria. ¿Era válido usarla
para no sentirse tan muerto? ¿Tan vacío? Temía a las respuestas de esas
preguntas.
Mirar
el dormido, relajado y pálido rostro completamente ajeno a su presencia en la
intimidad de su habitación, le causó un sentimiento de culpabilidad en su
malsano hábito voyerista. Bella había amado ésa vergonzosa curiosidad suya,
pero Elise no era Isabella. ¿Por qué volvía ahí, a ése dormitorio? No existía
la excusa de estar obsesionado con ella, de estar cimbrado en su pétrea
existencia a causa del amor. No. Lo que lo había motivado a vigilar su sueño
había sido la curiosidad y la culpabilidad, pero, y ahora… ¿Qué razón podía dar
de semejante actitud?
Sólo
le quedó aceptar que era egoísmo puro.
Él
había cerrado su mente por tanto tiempo al recuerdo de Isabella, que cuando
regresó con tan avasalladora fuerza, no pudo simplemente respirar sin ella de
nuevo. Se sofocaba de angustia cada vez que el fantasma en su mente
desaparecía. Y sólo sentía paz, cuando sus ojos marrón chocolate le miraban
otra vez; gracias al afecto de Elise.
Ella
era la fuente del regreso del calor a su cuerpo.
Cada
vez que Elise lograba hacerlo misteriosamente reducir la velocidad de su
pensamiento a través de sus risas y su dulzura, él se encontraba de nuevo
transportado al pasado, al lado de Isabella. ¿Cómo renunciar a eso? ¿Tendría la
fuerza para dejar ir a ambas?
No.
Abatido por no encontrar una solución a esa imperiosa necesidad
se le ocurrió que quizá si se permitía ver lo suficiente a Elise, podría
guardar el calor de Bella para que le durase por algún tiempo más. ¿Pero cuanto
podría ser eso? Elise se daría cuenta eventualmente que algo estaba mal con él.
Que era, diferente. ¿Y si algo salía mal? ¿Y si por algún descuido lastimaba a
la niña pelirroja? No se lo perdonaría jamás. No. La chiquilla era un ángel,
como lo había sido su amada Bella. ¿Cómo era que un condenado como él se había
topado dos veces con un pedazo de cielo, cuando éste le estaba vedado? Qué
broma tan amarga y qué castigo tan enorme le imponían. -Y aún así, es poco, por todo el mal que he hecho…-, pensó. -Quizá, ese Dios sabe que esa es, la más
justa de mis puniciones, perder dos veces mi felicidad.-
Él
sabía que nunca volvería a verla. Bella, su ángel, había vuelto al paraíso y
ahí, nunca habría cabida para él. Volvió a desear poder llorar, pero hasta eso
le estaba negado. Jamás podría lavar su sufrimiento. Sería mejor marcharse.
Aunque le doliese hacerlo; tanto, como la primera vez.
Sólo
que en ésta ocasión no mentiría.
Lleno
de vergüenza y aflicción, se alistó para ir en busca de Elise y despedirse de
ella. Cuando la vio ahí, dejando el edificio, ajena a su presencia; aspiró
profundamente para llenarse de su aroma, para guardarlo como un recuerdo más de
lo que no podía tener.
¡Qué
niña tan dulce era ésa! ¡Qué genuina alma poseía! Y qué bien se sentía de
haberla salvado aquella noche. Al menos, le había ayudado a hacer trampa y a
vencer a la muerte, que tan cobardemente pretendió reclamarla para sí. Mientras
él sonreía, sintiéndose victorioso y feliz por encontrar otra razón para su
inexplicable llegada a esa ciudad, los ojos de Elise se entrelazaron con los
suyos. Fue fácil leer el cariño en ellos, y aún más fácil fue el dejar que él
calor que ella irradiaba lo cubriera mientras lo tocaba, reclamándolo para sí.
¿Cómo
negarse a sentirse amado por alguien, cuando se está desesperado?
Él,
a pesar de todas sus capacidades sobrenaturales, tampoco pudo hacerlo; y la
idea de alejarse de ella se desechó, al primer contacto de su abrazo.
----- 0 -----
Elise
y Muerte, como se llamaba en privado Edward a sí mismo, no se separaron ya
mucho desde esa noche, convirtiendo ésa aparición nocturna a la puerta de su
trabajo, en una agradable costumbre. No era precisamente un cortejo romántico
de antaño, aunque poco a poco, todos los amigos de Elise dieron por sentado que
eran una pareja; sino más bien una relación sin nombre donde el afecto se daba
y se recibía, con agradecimiento y valoración.
Las
noches eran efímeras en las largas conversaciones que mantenían en la cercanía
el uno del otro. Edward le hablaba de lugares donde había estado, tratando de colmarlos
con detalles y gente para llenarlos de vida y magia para ella; y Elise
disfrutaba soñando con todos ellos, imaginando a su adorado amigo viviendo
múltiples vidas al adaptarse a cada lugar.
Y
mientras ella reía de sus propias palabras, Edward disfrutaba del regalo de paz
que Elise le daba en esos momentos. Así como de los brazos de Bella que lo procuraban
con inmenso realismo, compitiendo sin hacerlo, con los afectos de Elise.
En
medio de esa confianza, surgieron otro tipo de confidencias que apenaron a la
chica del cabello rojo; quien, a pesar de haberse encargado muy bien de
disimularlo, se sintió lastimada al escuchar de la boca del amigo que ella
amaba, cómo era que en realidad, el corazón de Edward efectivamente seguía
unido al de Isabella.
La
fuente de esas revelaciones fue su misma curiosidad. Ella quería curarlo de su
dolor, y Edward, absolutamente seguro de lo que hacía; respondió a sus
indagaciones con la mayor honestidad que le fue posible, sin delatar que aquél
amor prohibido suyo, había existido hacía más de un siglo atrás.
Elise
escuchó el cómo una joven de diecisiete años, la edad que él portaba entonces,
se había enamorado de Edward a pesar de las advertencias que él le había remarcado
sobre lo peligroso de ese sentimiento.
También
supo del como Edward finalmente había decidido mandar toda virtud y rectitud al
infierno, con tal de estar al lado de Isabella el tiempo que eso fuese posible.
Del cómo tuvieron que marcharse lejos de la casa del padre de ella, al hallarse
ella deshonrada a su vista, por causa de ese amor.
-¿En
verdad el padre de Bella la echó por eso, Edward?
-Sí, Elise. Aquello era una comunidad muy pequeña y su
padre era una figura de autoridad en la localidad. No pudo aceptar lo que él
consideró una ofensa y como yo no pude ofrecerle a Bella matrimonio
eclesiástico, la repudiaron. A ella no le importó nada por amor a mí; y dejó a
su familia, su vida entera para seguirme. Ése fue mi tercer error, el cuál
reconocí muy tarde; pero en ése entonces nada me interesaba más que amarla y
creí que con eso bastaría.
En
la mente de Edward los recuerdos sucedían con suma claridad. En la edad de la
inocencia, aquello había sido un gran escándalo; pero para un inmortal, la
doble moral humana, le fue irrelevante. Ellos habían sido felices, vivido al
máximo su unión; mudándose de aquí a allá cada vez que era necesario y
disfrutando de su amor. Todo fue perfecto, hasta que Bella empezó a darse
cuenta que se hacía mayor, y que él en cambio, permanecía inmutable. La
preocupación de ella, provocó que le pidiese una y otra vez que la convirtiera,
pero Edward se negó. No quería condenar a su amada a ser un monstruo como él, a
perder su derecho al cielo. No. Él la amaría siempre, vería la belleza de ella
en cada arruga y en cada pliegue de su rostro y cuerpo. Nada importaría nunca, nada,
más que su amor.
Sólo
que aquello, no fue suficiente. La vida misma los alcanzó, y tuvo que dejarla
para que ella viviera todo a lo que tenía derecho… Lo cuál fue su cuarto y
último error.
Era
una lástima que no pudiese contarle las omisiones también a Elise, pensó
Edward, pero aún así; sabía que ella era capaz de no juzgarlo y aceptar sus
razones. Y efectivamente, a pesar de encontrar incomprensible la serie de
eventos relatados a medias por Edward. Elise aceptó calladamente que esa carga
era parte de la esencia de su querido amigo.
Inocentemente,
Elise pensaba que Bella aún existía por ahí, casada con alguien más, viviendo
su vida, ajena al sacrificio de Edward; y cuando expresó esa idea en voz alta, nuevamente,
Edward le sorprendió.
-No
Elise. Bella… Se casó, fue madre y… llegado su tiempo, falleció.
Elise
lo miró con ojos desmesurados, -¿¡QUÉ!?-.
-No
comprendo Edward. ¡¿Cómo que ella está muerta?! ¡¿Qué sucedió?!
-Nada
anormal Elise. Ella… Simplemente, enfermó y murió.
Elise
entró en shock al oírlo afirmar con dolorosa resignación esa cruel conclusión.
Le fue imposible no sentirse empática con Isabella, con Edward. Llenarse de
aflicción al repasar dichos eventos en su mente y alma. Ahora entendía por qué Edward deambulaba como
fantasma de aquí a allá. Efectivamente, su corazón estaba roto más allá de
reparación. Y aceptarlo, lastimó aún más a Elise.
La
muerte no tenía explicación, ni reparos. Simplemente ocurría, y ya. Incómoda y
rabiosa, ella se retorció en los brazos de Edward, donde se hallaba escuchando
la confidencia. Y separándose de él, se vio llorando a causa de sentimientos
encontrados, chocando entre sí en su interior.
Edward
la observó con calma y embargo. ¿Ella lloraba por él? ¿En verdad podía ella ayudarlo
hasta en eso? Ángel… Dulce ángel Elise…Y deseó consolarla, aún más de lo que
ansiaba quedarse en el abrazo imaginario de Bella, que se encontraba viviendo
en su mente.
-Shhh…
Elise… No llores… Yo… No lo hago. No quiero que padezcas por esto, no es justo.
Elise
se limpió las mejillas con un gesto suave y lo miró compungida desde su lugar.
¿Cómo explicarle a Edward lo que toda esa historia implicaba para ella? Ése, no
era el momento para acumular pesares. No. Además, nada de eso sería para ella.
Ya no.
-Está
bien, Edward. No te preocupes, sólo… Sólo… Es que yo soy así. –Y le sonrió
sincera.- Gracias, por confiar en mí, por… Mostrarme tu alma…
Los
ojos de Edward se quedaron atónitos ante la selección de palabras de ella.
¿Alma? No… Purgatorio eterno era lo que existía en su interior. Un monstruo
condenado a deambular sin paz, nunca.
Esa
noche, fue la primera que el vampiro se quedó ahí, en el lecho de Elise, con el
conocimiento de ella. Nada sucedió, ni siquiera un beso; sólo un consolador
abrazo mutuo, donde Elise se durmió profundamente.
Antes
del amanecer, Edward se marchó contemplando con cariño, el pálido rostro
dormido en el lecho. Agradecido profundamente por haber llorado por él, por enjuagar
un poco el sufrimiento de su existencia. Para cuando el alba roseaba el cielo,
sus pétreos brazos ceñían el aire en un delirio que gozaba por horas gracias a
Elise. Mientras el sol reinaba en lo alto, él y su Bella se amaban una vez más.
Cuando
Elise despertó, sola, se apesadumbró. Sólo había una nota al lado de su cama
que recitaba, -“…Gracias…
Hasta ésta noche, como cada una. Edward…”-. Fue tan grande la nostalgia que su corazón sintió, que
tuvo que aceptar que se había enamorado de quien menos debía. ¿Qué iba a hacer
ella ahora?
Antes
de dejar su oficina al final de la jornada, Elise chequeó su imagen en un
espejo y se notó rara. El silencio de Edward ese día, luego de tan monumental
vivencia la noche anterior, era completamente normal en él; pero sumamente
perturbador para Elise. Jamás había vivido una relación así. Era evidente para
ella que no eran simplemente amigos, pero Edward no podía ofrecerle nada más,
dadas sus heridas. ¿Qué quedaba por hacer? Ella sabía que él estaba de paso,
que no buscaba anclarse a nada, ni a ningún lugar; pero entonces, ¿por qué la
procuraba con tanta ansia? Aquello iba a ser muy doloroso, aceptó; pero no iba
a negarle el afecto que él necesitaba, a sabiendas de que no sería
correspondido.
Con
esa conclusión en la mente, y con algo de retraso en tiempo, Elise dejó
finalmente el edificio. Edward se acercó a ella, contento de verla, para
recibir una más de sus dosis de bálsamo e Isabella. Y Elise lo besó, como
siempre, con largo afecto en la mejilla, dispuesta a dárselo sin saberlo.
Caminaban
ya hacia el merendero, cuando el primer miedo de Edward se manifestó en la
sutil diferencia en el ánimo de Elise.
-Edward,
dime algo… -Él la miró con afecto, presto para responder, pero se descompuso al
oír la pregunta.- ¿Cómo es que nunca comes nada cuando estás conmigo?
¿Cómo
responder a eso?
-Elise…
¿Podrías… simplemente acceder… a que no lo haga?
-¿Sin
preguntar más, Edward?
-Sí.
Ella
suspiró el aire que estaba reteniendo, pestañeando confundida. ¿No era aquello
demasiado extraño? Edward estaba negando una necesidad natural y, ¿esperaba que
ella lo admitiera sin cuestionar?
-Elise,
es… Importante para mí, que confíes, que… Aceptes…
Él
le miró serio, profundo, casi hipnótico y aunque Elise consintió en desechar la
duda, no tuvo nada que ver con el efecto que tenía esa mirada en ella.
A
partir de ese momento, Edward supo que ambos caminaban sobre una delgada línea
y nuevamente se maravilló de la enorme casualidad que lo llevó a esa ciudad, al
lado de Elise; prometiéndose honrar de todas las formas posibles, esa
impensable oportunidad.
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Termina de momento, éste
relato. Edward y Elise son ahora confidentes…
¿Qué sucede cuando el amor y
la muerte se encuentran?
¿Se muere el amor?
¿O se enamora la muerte?
KRIZIA, te he robado la cita
por el impacto que me causó. Tienes que decirme su origen.
Cariños: Sissy
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