CAPÍTULO 21
TIEMPO DE PARTIR
-FINAL-
-FINAL-
"CON TE PARTIRÈ"
ANDREA BOCCELLI & SARAH BRIGHTMAN
CAPÍTULO
21
TIEMPO
DE PARTIR
Parte
I
Desde que llegaron al hospital, Edward
simplemente ya no se despegó de su lado. Sintiendo el dolor de unos padres
destruidos que lloraban constantemente y
deseando poder manifestar del mismo modo su pena. Pero muerto como
estaba, nada salía de sus ojos.
Su
aparente fuerza cuando era evidente cuánto sufría también, fue malinterpretada
por los Renaud. Qué calificaron de estoica su actitud, adjudicándola a una
agobiante vergüenza. Así que Sylvia intentó aligerarle la presión, tomándolo
por el brazo en un gesto solidario y agradeciéndole verbalmente el estar ahí
con ellos.
Edward
se sintió sumamente incómodo por el perdón tan desinteresado que le estaba
otorgando ella. Y aunque asintió educadamente, su sombrío gesto armonizó con
apesadumbrada voz, a su auténtico sentir, al afirmarles lo mal que se sentía
por haberle fallado a su hija cuando más lo necesitaba.
-Edward,
muchacho, no te mortifiques. Tú has llevado tu propia carga por mucho tiempo.
–Respondió ella con suavidad, mientras le hacía un gesto cariñoso en el brazo y
luego se volteaba a mirar a su hija.- Además, ustedes ya fueron un bastión el
uno para el otro. Así que deja de disculparte por haber sido débil un momento.
Lo que importa es que estás aquí, ahora. –Sylvia se encogió de hombros, con una
triste mueca por sonrisa.- Elise habría estado feliz de saberte de vuelta, pero
conociendo a mi hija, sé que hubiera intentando por todos los modos posibles
ayudarte a que no sufrieras por ella.
Edward
se crispó por dentro, evitándole la mirada a la interlocutora. No podía
soportar que Sylvia hablara en tiempo pasado de su hija, resignada
evidentemente a verla morir. Él no podía aceptar eso aún. No. Pero estaba
hundiéndose en la desesperación, al tener tan cerca la aparentemente negada
posibilidad de convertir a Elise.
Y
es que desde la madrugada, habían debatido velozmente junto con Carlisle las
limitadas opciones que aún existían. Pero todas parecían estrellarse, en
ensayo, contra el fracaso. Lo único que tenían a mano en realidad era la ayuda
temporal de la ponzoña, ¡y ni siquiera eso parecía estar funcionando!
Obviamente
Edward, no había esperado ni un segundo en cuanto supo por Alice del estado de
Elise, para exigirle a Carlisle la infundiera con la ponzoña en cuanto fuese
posible. Pero aún con esa dentro de su cuerpo, Elise no había vuelto en sí,
todavía.
Carlisle
sabía por sus experiencias anteriores que no podían darle tan pronto más de la
misma, por mínima que fuese la cantidad, sin desencadenar una funesta reacción
en ella. Su cuerpo podría convulsionarse en espera de más, para iniciar la
conversión. Y al faltarle esa, los órganos colapsarían por el deterioro de los
mismos. Así que por el momento, parecía que lo único que habían logrado, era
alargar su agonía.
Esa
idea agobiaba a Edward. No quería que ella sufriera todavía más.
La
otra opción, la de atreverse a fingir la muerte de Elise, tampoco era viable
sin tener su consenso. Ya que transformarla en ese desequilibrado estado
conllevaba un riesgo demasiado grande. Éste no radicaba en que los
descubrieran, o en la ignorancia de Elise del trance; como lo estuvieron Rose,
Esme y el mismo Edward. Sino en que el daño físico en ella abarcaba su mente,
que se hallaba delirante y perdida.
Eso
dejaba la casi certeza de que al despertar, lo que habría ahí, dentro de su
forma, no sería su Elise. Sino una entidad alucinante que no diferenciaría
realidad de fantasía y que resultaría muy peligrosa para todos. Humanos y
vampiros por igual.
Edward
se mesaba los cabellos constantemente, preocupado. Recordando como Alice le
había pedido que no perdiera la esperanza apenas unas horas antes. Pero justo
en ese instante, con toda la frustrante situación que tenía enfrente, aquello
parecía inútil.
¡Quería
gritar de desesperación! ¿En verdad ese iba a ser el final?
Quizá
por rebeldía para con la aceptación de Sylvia, o por el cambio interno de él,
hizo a un lado su mesurado carácter y se aferró a la necesidad de implorarle
audiblemente a Elise por su perdón. Afirmándole vehementemente la autenticidad
de su amor por ella y rogándole, para sumo malestar de los padres, luchara una
vez más por ambos.
Por
volver a él.
Pero
al parecer, sus palabras no le llegaban. Elise sólo farfullaba en respuesta una
incoherente y queda maraña de frases al
azar.
Ni
siquiera buscándola en su pensamiento lograba realmente sentirla. Su mente
estaba desconectada, intentando aislarse del dolor. Refugiándose a través de la
fantasía y los recuerdos, en la bendita ignorancia de su inminente fin.
Al
ver que no reaccionaba a sus súplicas, Edward decidió que la acompañaría ahí,
donde sólo podría ir él, por más doloroso que fuese seguir al fantasma ciego de
ella en su cabeza. Si en algún momento recuperaba la cordura, lucharía por
sostenerla en esa y obtener su permiso para salvarla. Pero Elise era una
criatura ida, que saltaba de la infancia a la adultez sin transición alguna, y
que se le escapaba rápidamente cada vez que era ella en verdad, con toda su
calidez y amor por él.
Experimentando
una agonía propia, Edward atestiguó turbado muchos sueños, pesadillas,
recuerdos y anhelos de Elise; entremezclados al parecer, con una leve y
esporádica conciencia de lo que estaba sucediendo a su alrededor. Escuchar sus
privados devaneos y reflexiones, le permitió a él profundizar el conocimiento
sobre quién era ella, llegando a comprenderla y amarla aún más. Con todo y eso,
se sintió muy incómodo por invadir así su intimidad, que siempre había
procurado respetar.
Estando
a punto de renunciar a seguirla, súbitamente un extraordinario escenario
comenzó a resonar con conmovedora claridad en la mente de Elise. Edward casi
desfalleció al atestiguarlo. Y fue tan fuerte el sentimiento que éste le
produjo, que la decisión fue casi instantánea. Aquel era un deseo íntimo
compartido, que podía cumplirle aún.
Con
agridulce sentir, se soltó de Elise para concentrarse en las consecuencias de
sus acciones. Quedaba muy poco por disponer ya y repentinamente, junto con esa
fallo, llegó otro, que al comprenderlo y aceptarlo, le bañó de paz.
Una
vez cierto de sí, se dio a la labor de localizar a Carlisle. Lo necesitaba
presente para cuando hablara con los Renaud sobre el deseo de desposar a su
hija.
Sabía
que a pesar de la generosidad de su padre, tendría que convencerle de que
aquellas intensiones no estaban relacionadas con Isabella, en lo que podría
parecer un intento de corregir el pasado de fallas incurridas. Sino simplemente
sus más honestas aspiraciones. Unas, compartidas con Elise, las cuales había
vislumbrado en las fantasías sin censura de su pensamiento.
Elise
anhelaba también casarse con él algún día y seguir juntos así, por la
eternidad.
Así que cuando Carlisle atendió a su
llamado, se dirigió a él con un pensamiento libre de fantasmas y
remordimientos. Porque eso justamente era lo que siempre había sido la imagen
de Bella. Un auto flagelo conducido por su psiquis otrora juvenil, que había
permanecido inconclusa al morir él, con tan solo diecisiete años.
Fue
fácil referirle cosas que su padre ya conocía. Como el que el amor que había
sentido por Bella, había sido maravilloso en su pureza y autenticidad. Tal como
lo es el que se siente siempre a esa joven y voluntariosa edad. A pesar de que
para entonces, su cuerpo muerto, tenía más de cien años transitando por el
mundo.
Le
describió que le amó, tanto y tan torpemente, que su cariño estuvo lleno de
enormes yerros bienintencionados, mismos sentenciaron su relación con ella.
Uno
de los más importantes, había sido el de no haberse casado con Bella, por temor
a condenarla ante Dios al atarla a un ser maldito. Que era lo que él creía de
sí mismo por encima de toda opinión de ella o de su padre. Y el más grande, el
de no haberla convertido. Dedicándose egoístamente a amarla y adorarla mientras estuvieron juntos. Cegándose a la
realidad de sus actos y teniendo en consecuencia de sus absurdas decisiones,
que renunciar a ella, tan sólo una década después.
Luego
llegó el momento que más le dolía a Carlisle como padre, que fue el de recordar
lo que sucedió cuando Isabella murió. Cuando perdió a su hijo por lo que
pareció para siempre. Enloquecido por el dolor y los arrepentimientos. En un
modo aparentemente irreparable, por ser lo que eran ellos.
Ambos
sabían, que de no ser por Elise, Edward jamás habría vuelto a casa. Atormentado
por la constante lucha contra sí mismo y sus demonios.
-Sé
que en aquél momento, Carlisle, quería ayudarla con desesperación. Pero mis
intenciones no eran tan puras como quisiera presumir. Y aunque me avergüence
reconocerlo, supongo que tú ya lo sabes. Mantenerla a salvo, era también por
mí. Porque no podía dejar desaparecer aquél leve parecido que tenía ella con
Bella, en el diluido aroma de su sangre. Y todas las alucinaciones que eso
producía en mí.
-Lo
sé, lo entiendo. Un vampiro se autopreserva a pesar de sí mismo.
-Sí.
Edward
hizo una momentánea pausa. Aquello parecía muy lejano ahora que era libre de
sus culpas. Y también porque podía ver ya, que si no hubiese sido por los
matices de su locura, haría mucho que su ser se habría volcado completamente en
amor por ella. Porque así debió haber sido naturalmente.
Sin entrar en pudorosos detalles con su
padre, le confió el cómo cuestiones imposibles sucedieron después de que se
atrevió a mezclarse cabalmente en la vida de Elise. Aceptando embelesado, que
él le quería y lo que la asombrosa calidez de ella le proporcionaba a su frío
interior.
Edward
sonrió involuntariamente ante los recuerdos mientras le explicaba a su padre,
el cómo de repente la existencia se hizo más liviana al lado de Elise.
Incrédulo ante la posibilidad de que alguien le amase de nuevo. Y de que él
pudiese ser, casi completamente feliz, una vez más.
-Entiende
Carlisle. Si nuestra existencia no estuviese limitada por esta maldita trampa
de inmovilidad, haría mucho que se lo hubiese pedido. Pero no me atreví si
quiera a considerarlo jamás, porque no podía darle a ella, lo único que me
pedía para dejarme convertirla. Mi pobre Elise… Es demasiado injusto Carlisle.
Por favor ayúdame a concederle al menos esto. Aunque quizá nunca se entere de
ello.
-Edward…
-Padre,
escúchame. La amo de un modo tan cierto y tan distinto, que no dudo nada de mí,
ni de mi futuro. Dejé de ser un muchacho congelado en el tiempo y me volví un
hombre gracias a ella y su amor. Apóyame, será más fácil lograrlo si te ven a
mi lado.
-Edward,
es que temo por ti. Por lo que pueda sucederte cuando ella… Si Elise, muere.
Edward
lo miró sereno. Comprendía a su padre, pero tenía todo inalterablemente
resuelto para sí.
-No
te preocupes. No enloqueceré de nuevo. Estoy perfectamente consciente de las
escazas posibilidades de ella.
Si
Carlisle dudó al principio, fue sólo por la desdicha implícita en esa unión.
Pero luego, conmovido por la verdad de Edward, accedió. Ambos sabían que
aquella boda no sería válida, pero si su hijo se sentía tan bendito como para
pedir a Dios consagrara su amor. Estaría con él.
Aún
si eso, no llegase a durar, ni dos días.
Juntos,
regresaron donde los Renaud. A quienes obviamente, dejaron sorprendidos
con su petición. Sylvia y Karl no
quisieron aceptar en un principio, alegando que aquello era demasiado trágico e
inadecuado. Pero Edward impugnó toda y cada una objeción. Y después de unos
estresantes minutos, logró el ansiado permiso.
Carlisle
se dio a la labor de comunicarle a la familia lo que iba a suceder. Pidiendo a
su mujer ayuda, para que se encargaran de los detalles menores. Él contactaría
al hospital para que localizaran a un sacerdote que pudiese acudir prontamente
y le explicaría cual era la situación, para que accediera.
Poco
a poco todos los Cullen arribaron al hospital. Incomodados de sobremanera por
los esporádicos sollozos sin lágrimas de Alice. Nada bueno podía venir del
futuro que ella seguramente estaba viendo.
Apenas
la diminuta vampira llegó al lado de su hermano, le suplicó cambiara de
opinión. Pero éste sólo le besó la frente con gran afecto, mientras negaba
suavemente con la cabeza.
Rose
por otra parte, se acercó a Sylvia y Karl con timidez, pero con grandes
muestras de cariño y consuelo poco usuales en su carácter. Al parecer, la fría
rubia, sentía una gran necesidad de cuidar el ánimo de los dolientes padres. La
señora Reanud, se aferró a su ternura como si fuese una tabla de salvación para
su debilitado espíritu.
-Sylvia,
gracias a ambos, por concederle a mi hermano éste deseo. Yo sé cuánto le amaba
Elise. Y cuánto quería que él fuese parte de su vida por siempre. Estoy segura,
de que si hubiesen tenido más tiempo, si las cosas hubiesen sido distintas…
Hubiéramos asistido a esa boda, llenas de felicidad.
La
voz se le partió a Rosalie mientras hablaba y tomaba de la mano a la madre que
movía la cabeza afirmativamente en respuesta a sus comentarios.
Ambas
tornaron sus miradas sobre la enferma. Cada una con pensamientos distintos y
similares, respecto a las extrañas circunstancias en que esa desdichada boda
iba a sucederse.
-Rose…
Yo creí que ellos volvían para casarse. Jamás imaginé que sería para despedirse
de nosotros.
La
rubia hizo un gesto, comprensiva. Le dolía mucho ver la pena de Sylvia.
-Gracias
por amar tanto a tu hija, que aunque sea en este triste momento, le regales lo
que debió haber tenido por derecho si no le hubiesen tocado estas cartas.
Sylvia
asintió y arrebatadamente, motivada por la conversación, le confió algo
respecto a su hija.
-¿Sabes?
Elise no podía tener hijos, Rosalie. Se lo dijimos hace mucho, cuando no era
más que una jovencita. Las quimios le arrebataron esa posibilidad.
Rosalie
arqueó una ceja. No esperaba eso, pero le fue fácil entenderlo.
-¿Y
te digo algo? Le tomó un buen tiempo aceptarlo. –Los labios se le curvaron
hacia abajo en una triste mueca al seguir hablando.- Mi niña tuvo una vida muy azarosa, pero
siempre supo salir adelante. Un día me dijo simplemente, que si no iba a ser
madre nunca, entonces iba a dar ese amor a todas y cada una de las personas que
conociera en su vida. Porque si iba a ser incapaz de completar ése círculo de
la vida, entonces dejaría algo tras de sí, en muchos. Aunque no fuesen de su
propia sangre.
-Tu
hija era muy especial Sylvia.
-Sí,
Rose. Si.
Ambas
mujeres se miraban en comprensión, cuando una abochornada Alice se acercó a
ellas para interrumpirlas. Contándole a la madre el deseo que Elise le había
formulado la noche anterior a cerca de que la ayudase a mejorar su aspecto
antes de que Edward volviera. Y quería pedir permiso, para cumplir esa
voluntad.
Aquellos
no tuvieron inconveniente en acceder. Estaban demasiado extenuados para objetar
nada ya.
Con
Sylvia mirando y con la ayuda de Rose, comenzaron el proceso de vestir y
maquillar a la postrada chica.
Alice
no dejaba de hablarle con ternura a Elise mientras deslizaba sobre el demacrado
rostro brochas y pinceles. Prometiéndole dejarla muy bella para su hermano y
pidiéndole abriera los ojos bien para mirarse y decirle si le gustaba. Tenía la
esperanza de que aquella reaccionara, sacudida de su entumecimiento por lo que
iba a suceder, pero no fue así.
Elise
seguía sumida en su pesado delirio.
Una
vez preparada la novia, y contemplando en el pálido rostro de su hija,
repentinamente Sylvia no pudo más y se puso a llorar con avasalladores
lamentos.
Elise se veía como un delicado y extraño
ser, de rojiza y vaporosa melena alrededor de un bello rostro, enfundada en un
magnífico y simple vestido que Rose había proveído para la ocasión. Luciendo así, semejaba a una Reina Titania,
entregada al loco sueño de una noche de verano. Del cuál, debía despertar.
Rose
se aprestó a darle su fuerza a la madre y la ayudó a salir de la habitación en
busca de aire y de alejarse un momento del dolor. Dejando a Alice a solas con
la moribunda.
Apenas
ésta estuvo segura de que nadie estaba lo suficientemente cerca como para
escucharla, se agachó por encima de la cama, hasta alcanzar el oído de su amiga
y con afligido sentimiento le dijo:
-Sigue
intentándolo Elise. No te des por vencida. Edward morirá sin ti. Te necesito.
Estoy poniendo atención como te lo prometí. Sé que te duele, pero tienes que
esforzarte por volver.
Alice
esperó un momento, pero la negrura en el futuro de ellos dos no cambió. Así que
se puso a suplicar, una y otra vez, sin respuesta. Al final, Elise sólo dijo
algo sin sentido alguno, que al oírlo, provocó en ella otro angustiado sollozo
de frustración.
Suspirando compungida y pasándose las
manos por el rostro en verdadera angustia, miró a su alrededor al percibir los
pasos que se dirigían hacia el cuarto, mucho antes del golpe en la puerta.
Recomponiéndose se puso de pie y atendió, llamando a todos al interior e
indicándoles que estaban listas.
Mirar
a Edward le era muy difícil. Él sólo había asentido, grave, cuando sus ojos se
habían cruzado interrogantes y ella consternada, no le había podido dar ninguna
nueva esperanza.
Alice
se retorció las menudas manos de ansiedad, a casusa de la firmeza que encontró
en su hermano. Ella no tenía derecho de objetar su decreto, pero tampoco iba a
aceptarlo mansamente.
Sólo
que hasta ahora, no tenía nada con qué impedirlo. De ahí su callado llanto.
Así
fue como varias horas después de haber sido Elise internada en el hospital, y
al anochecer del mismo día, con ambas familias como testigos y plenos de
contrariados sentimientos; se realizó el evento a manos del sacerdote que
extendía sus caridades para con los moribundos en el lugar y quien
generosamente, tomando en cuenta las circunstancias, simplemente había hecho a
un lado todos los requisitos para los esponsales.
La
boda fue breve y emotiva. Salpicada de lamentos ocasionales de los presentes
cuando parecía que Elise reaccionaba, falsamente. Veinticinco minutos después,
Edward y Elise eran declarados marido y mujer y él le besaba implorante de
esperanza, cuando notó los ecos de la ceremonia en la distorsionada imaginación
de ella.
Sólo
los Cullen alcanzaron a comprender la verdadera intensión y el significado de
las palabras de Edward, cuando él le dijo con ternura a la ahora su mujer, que
todo era cierto. Que aquello era real y que se quedara con él.
Y
del mismo modo, sucumbieron a la tristeza, cuando luego de una tensa pausa,
Edward ocultó su mirada bajo una mano. Dejando salir un lamento que convulsionó
su cuerpo mientras decía, -No te vayas
Elise… No me dejes solo…-.
Esme
apretó fuertemente la mano de Carlisle, acongojada por su hijo. Mientras que
Alice se abrazaba de Jasper, escondiendo el rostro contra su pecho, lamentando
mucho el secreto que cargaba. Los tres Renaud se hicieron uno porque de lo
contrario habrían caído al suelo ahí mismo, seguros de que se habían equivocado
al acceder a esa unión. ¿Cómo iba a poder Edward vivir con eso?
Un
par de horas después y luego de mucho llanto, las familias se despidieron. Los
Renaud estaban agotados, física y mentalmente para ese momento, plenamente
conscientes que esa podría ser la última vez que se despidieran de Elise. Y
tratando de hacer las paces con ello, cedieron el derecho de vela al recién
casado. Sin querer pensar en lo macabro de aquella primera noche de su luna de
miel, y lo que podría traer durante el transcurso de la misma.
Carlisle
prometió mantenerse cerca para ayudar con cualquier eventualidad. Pero eso,
sabían todos, simplemente significaría el fallecimiento de Elise. No más. Alice
dio un último y apretado abrazo a su hermano antes de irse también.
Una
vez que el hospital quedó sumido en la calma nocturna, Edward solicitó de nuevo
la presencia de su padre. Cuando ambos hombres estuvieron frente a frente en la
habitación de Elise y junto a la cama de ésta, Edward le expresó su irrebatible
petición. La de que Carlisle le diera muerte a él, una vez que Elise se
extinguiera.
Carlisle
quedó en shock al escucharlo. No podía acceder a ello. No podía destruir a su
amado hijo.
-¡Edward!
¡Lo prometiste! Dijiste que estarías bien. ¿Te has vuelto loco de nuevo?
-No,
Carlisle. Te estoy pidiendo esto a ti, como mi creador, apelando a tu gran
compasión. Ésta era la verdadera razón de haberte explicado previamente cual
era mi sentir respecto a Elise y mí mismo. Porque quiero que me otorgues el
descanso también. He andado mucho por el mundo y he experimentado lo que ningún
otro vampiro jamás. Sé mejor que nadie lo que es la vida y la muerte; y ya no tengo miedo de morir
verdaderamente.
Carlisle
le miraba horrorizado. La lógica en su pensamiento era muy clara.
-Créeme,
estoy consciente de que no iré donde Elise, ni Bella, porque mi haber ha sido
en demasiadas ocasiones, abominable. Y según las reglas y si es cierto lo que
tú afirmas respecto a nosotros, debo pagar por mis deudas. Eso, es simplemente,
justo. Y si estás equivocado, pues… -una sonrisa torcida se le colgó de la
comisura- “…Polvo somos y en polvo nos convertiremos…”.
-Edward, ¡no puedo hacer lo que me pides!
-Carlisle,
comprende. –Contestó él, serenamente.- Si no lo haces tú, buscaré el modo de
conseguirlo. Pero mi fin ha llegado también. En mi larga vida he tenido la
suerte de hallar el amor dos veces. Y esa imposible maravilla en nuestra
especie, me ha liberado de la sentencia de la vida eterna. Por eso anhelo la
paz.
Volteándose
hacia la cama, tomó con delicadeza la suave y frágil mano entre la suya y miró
con ternura a su mujer. Acariciándola con ensoñación.
-Elise
me dio el ejemplo de lo que es ser valiente y desapegado, del como amar la vida
y el saber morir con dignidad. Ahora comprendo que mi tiempo llegó junto con
ese aprendizaje también. Por favor, padre, lamento mucho someterte a esto, pero
en verdad me gustaría que fueses tu quien me ayudara.
-Edward…
-La voz salió temblorosa de su garganta por primera vez en mucho tiempo.
Conocía muy bien a su hijo y comenzaba a darse cuenta de que aquella petición,
no estaba originada por la locura. Sino por la absoluta comprensión de sí.-
-Carlisle...
Por fin soy un hombre pleno y deseo morir con esa plenitud, al lado de mi
amada. Descansar de mí andar junto a ella, bajo tierra. Por siempre.
-Hijo…
Carlisle respondió ahogado. Comprendía
bien lo que él le estaba diciendo y también sabía que cumpliría su promesa de
perseguir su resolución de un modo u otro. Por ello, temeroso del dolor que
algo o alguien más pudiese infringirle a su amado hijo durante el proceso,
aceptó quedamente.
-Está
bien, lo haré, Edward. Te lo prometo que cumpliré con tu voluntad.
-Gracias
Padre.
Edward,
suspiró con alivio. Estaba nervioso, pero seguro de lo que sentía. Y la imagen
de reposar junto a ella hasta que el tiempo se olvidara de ambos, le devolvió
el sosiego a su pecho.
Repentinamente,
el violento sonido del monitor cardiaco de Elise sobresaltó la calma de la
noche, indicando una severa aceleración en sus latidos. Y casi al mismo tiempo
se le aunó en ruido el timbre en el teléfono personal de Carlisle.
Edward
se concentró en seguir la caída en Elise, mientras que Carlisle tomaba el móvil
rápidamente y se aprestaba a auxiliar a la enferma. Al parecer la muerte estaba
llegando justo en esos instantes, cuando Edward la había invitado a acercarse
para llevarlos juntos.
Él
no quiso prestar atención al interlocutor de Carlisle, confirmando se trataba
de Alice como había intuido, que seguro llamaba intentando coaccionarlos y
hacerlos cambiar de parecer. Pero no pudo evitar escuchar lo que aquella casi
gritaba velozmente al otro lado del audífono.
-Carlisle,
rápido. Tienes que preparar todo. ¡Elise está ahí, ahora! Lo que no pudimos
hacer antes, lo logró Edward con su estúpida idea de suicidarse. Ese impensable
suceso, fue la única cosa que angustió tan fuertemente a Elise, que está
implorando desesperada no lo permitas. Y dile al cabeza dura de mi hermano, del
cual estoy segura se encuentra ahí contigo, que si no me cree, la perciba él
mismo. Que busque sus pensamientos. Carlisle, ¡ahora! Denle la ponzoña antes de
que se pierda de nuevo. Estoy viendo una oportunidad si es que actuamos en este
instante.
Al momento, un conmocionado Edward se
concentró en adentrarse en la mente de Elise. Debajo de una pesada nube de
agotamiento, la escuchó. -¡Elise!
¡Sostente! ¡No lo haré, si tú luchas también por mí! – En medio de puro
gozo sintió las sobrecogidas palabras de ella, que le rogaban no terminara con
su vida.
-¡Elise!
Alice está diciendo que aún podemos lograrlo. Dame tu permiso para salvarte,
para convertirte si es que me has perdonado.
En
medio de un gozo puro, Edward la besó cuando obtuvo su frágil respuesta,
pronunciada tan baja, que sólo los de su tipo podrían haberla escuchado si es
que hubiesen estado prestando la misma atención que ellos en ése instante.
-Te
amo Elise. Te amo. No dejes que la muerte nos gane, vamos a vencerla juntos.
El
fallecimiento de Elise, comenzó al acto. Al menos en apariencia.
Rápidamente
Edward mordió su muñeca, pleno de sangre fresca aún, para compartirla con su
mujer.
-Elise,
esto nos ganará un poco de tiempo, pero tienes que luchar por no extraviarte de
nuevo. No funcionará si no eres tú la que está ahí cuando todo inicie. Te
perdería de todas maneras.
Elise
no respondió verbalmente esta vez, pero con la ponzoña deslizándose lentamente
hacia el interior de su organismo, todo su cuerpo se sacudió; dándole también
un fuerte empujón a su mente, que le
permitió aislarse de la pesada oscuridad que rodeaba su pensamiento y
concentrarse en una única idea. La de vivir amada por Edward, por siempre.
Todo
eso sucedía con Alice al teléfono zumbando de alegría al ver el cambio en el
oscuro futuro de su hermano y Elise, mientras le decía a Carlisle que estaba
lista para representar su rol en la mascarada que ya había iniciado. Y que
estaría ahí prontamente junto con los demás, para poner a funcionar el plan que
habían diseñado originalmente.
Carlisle
sacó la morfina que nunca había sacado de su maletín. Aplicándosela para fingir
una quietud similar al fallecimiento, aprovechando la huella gráfica de la
alteración física en sus órganos, por culpa de la sangre de Edward en su
torrente.
Con
el maquillaje retirado de Elise, su verdadera y muy deteriorada apariencia
resurgió. La cuál no dejaba duda alguna de su deceso a quien la mirase. Los
monitores se sabotearon a continuación para fingir el paro cardiaco. Y con la
presencia de enfermeras de guardia, el dictamen de su muerte se dio a las tres
veintiuno de la madrugada.
Edward, en su poder de esposo de la
difunta, firmó los papeles para la liberación legal del cuerpo. El cuál fue
sustraído de la morgue menos de horas después, por un cauteloso Emmet. Por su
parte, Jasper cambió las fotografías del expediente médico para que concordaran
con el rostro de Alice. Esta remplazó a Elise sin dificultad en la última
examinación, manteniéndose fácilmente quieta y sin respirar, sabiente que el
médico forense desconocería la verdadera apariencia de Elise.
En
cuanto todos los asuntos civiles fueron concluidos, Carlisle se comunicó con
los Renaud, para avisarles del evento acaecido durante la noche. Aconsejándoles
ya no mortificarse de nuevo en ver a su hija, para que intentaran ellos
recordarla con una mejor apariencia de la que había tenido en su final.
Logrando
su objetivo, les sugirió también darle a ésta un velorio con ataúd cerrado. A
lo cual, los exhaustos padres accedieron plenamente, comprendiendo las razones
del galeno. Sabían que Elise estaría de acuerdo en no mortificar a nadie más.
Mientras
que Alice ejecutaba magistralmente su rol de cadáver, Elise era transportada
con todos los cuidados a la casa que los Cullen habían rentado en la localidad
por Edward mismo. Quien aparentemente se había retirado para asearse y vestirse
de acuerdo a la ocasión, durante la breve velación que se realizaría en casa de
ella. No más de doce horas, dado el deterioro físico al que había llegado Elise
al morir.
Pero,
en realidad, un extraordinario acontecimiento se sucedía en ése lugar.
Anclado
al aura de pensamiento donde Elise luchaba por refugiarse, Edward le declaraba
su amor eterno. Y con un último beso a su forma mortal, procedió a morder y
luego beber la sangre del delicado cuello de su esposa, mientras la inundaba de
su veneno por todas partes.
Casi
al instante, la prueba de la invasión se presentó en forma de una violenta
convulsión, borrando de golpe la forzada quietud de la morfina. A partir de ese
momento, se renovó la angustia en Edward. Todo lo que se leía en la mente de
Elise eran gritos de dolor y no sabrían si ella había sobrevivido a la
transformación, hasta que ésta terminase.
Eso,
ni Alice podía asegurarlo.
Era
imposible controlar la tensión que la causaba saberla prácticamente sola y
sufriendo en casa. Custodiada sólo por Emmet y Jasper, mientras que él asistía
reticente junto a los suyos, al falso velorio de Elise. Esa incomodidad pareció
desconsuelo ante los ojos de los asistentes, que uno tras otro, al enterarse de
su trágico estatus de viudo, le daban sus condolencias con mucha pena.
El
entierro de un ataúd vacío fue muy inquietante, a pesar de saber que todo
aquello era sólo una farsa. Absolutamente perturbado por la certeza
de lo cercano que aquello estuvo de hacerse realidad, de no ser por la necedad
de su adorada Alice. Quien se había mantenido observante a cualquier
posibilidad de felicidad para ellos. Ahora, estaba en eterna deuda con su
hermana.
Cuando
todo terminó, ambas familias partieron en distintas direcciones. Retirándose inmediatamente
los Cullen hasta su verdadera casa en Forks, la cual estaba convenientemente
alejada del contacto indeseado con los humanos y sería perfecta para un
sediento neonato.
Edward
ya no se despegó de Elise, para estar ahí cuando ella despertase.
CAPÍTULO
21
TIEMPO
DE PARTIR
Parte
II
-FINAL-
Veinticuatro
horas después, al amanecer del tercer día, el enloquecedor dolor que había
estado experimentando en su mejorado cuerpo, comenzó a mitigar; para detenerse abruptamente
al igual que las convulsiones del mismo, al ser consumida la última gota de
sangre.
El
súbito silencio de las lacerantes sensaciones, aturdió aún más a su paralizada
mente al encontrarse de improviso aislada del fuego. Y aunque aquello parecía una
ilusión, notó que su entorno se aclaraba en una brillante luz que no hería; sino
que más bien atraía hacia afuera, hacia el mundo exterior.
Sus nuevos ojos entonces, se abrieron de
golpe, quedando embelesados por los exuberantes
y nunca antes vistos, detalles de su entorno.
El
cuarto de blancas paredes y bastos libreros donde se encontraba parecía brillar
con iridiscencia, gracias a la nítida luz que entraba por el ventanal de la
habitación. El cual, dejaba ver un hermoso paisaje montañoso de extraordinarios
tonos verdes cubierto de magníficos rayos
de sol, que al tocar todas las superficies lo envolvían en desconocidos colores.
Lentamente
y aún temerosa de que el infierno volviese a reclamarla, se enderezó del cómodo sillón en que estaba, para poder
observar con mayor atención a su alrededor.
Intempestivamente,
una verdad se manifestó en su pensamiento. Había estado muy enferma, agonizando
de hecho. Esa certeza, aunada a las maravillas que estaba descubriendo, la
llevó a cuestionarse si estaba muerta y si todo aquello era el inicio de lo que
había después.
Antes
de poder seguir cavilando, uno de sus sentidos llamó su atención con fuerza. El
del olfato. En el cuarto había un aroma fascinante, que al inspirarlo a
profundidad, reconoció muy similar al que emanaba de su propio cuerpo.
Al
acto, giró su cabeza buscando el origen del mismo, dándose cuenta con ello que
no estaba sola. Y que este provenía del hermoso hombre que le miraba en
silencio, sonriendo sutilmente. Cauteloso en apariencia.
¿Quién
o qué era él? Se preguntó. ¿Por qué no le hablaba? ¿Era un ángel acaso?
Al recorrerlo descaradamente con la vista,
quedó deslumbrada, apreciando la belleza masculina casi mitológica de él.
Olvidado por completo la existencia de cualquier otra cosa en su contemplación.
Estando
así, mirándolo seducida, un repentino escalofrío corrió poderoso a lo largo de
su columna, plantándole un violento latigazo de electricidad al llegar hasta su
nuca. Comprendiendo al instante, que le conocía bien, pero nada más.
Con
enervante frustración, se halló luchando inútilmente, por recordar quién era él.
Su cabeza aún estaba muy aturdida y sólo notó negrura en ella.
Angustiada,
volvió a verle, intentando absorber todo de él. Soltando un bufido desesperada,
al no poder penetrar la nada en su mente. Junto con esa expresión, notó en los
ojos transparentes de él la misma ansiedad que ella experimentaba. Y eso la
asustó aún más que si él en realidad le hubiese hecho un reclamo al respecto.
-No.- Siseó Elise en respuesta, meneando
la cabeza y mojándose los labios contrariada. Dándole a entender lo perdida que
se sentía. En respuesta, él se movió por fin lentamente, llevando las palmas
abiertas al frente, como rogándole no se rindiera.
Ella
cerró los ojos un instante, irritada al
entenderle. Le molestaba el sentirse tan desorientada, pero le obedeció. Fijando
su vista en él, se obligó a pelear de nuevo contra la densa y oscura barrera que
limitaba sus pensamientos. Y de pronto, notó como esa resistencia se mermaba,
dejando filtrar titilantes imágenes de lo que juzgó, debería ser su propia memoria.
La
primera escena que se solidificó, fue una en la que él le sonreía con ternura,
mientras ambos se balanceaban brevemente sobre columpios en un parque a media
noche.
Después,
lo vio caminando con garbo a su lado, riendo juntos por calles ajenas de
brillantes farolas.
Se
mordió el labio, sosteniendo la respiración, cuando se contempló a sí misma
colgada de su cuello. Besándolo con una confusa sensación de pérdida y añoranza
que melló su cuerpo, al percibirla con fuerza.
Pero
si eso la contrarió, todo ella se tensó de golpe, al hallarse inmersa en una candente
y apasionada escena. Donde le vio a él, desnudo y magnífico sobre ella, mirándola
con ojos oscuros y apasionados y teniendo sexo soberbio. Retorciéndosele las
entrañas, al escucharse gritar a sí misma de excitación en un eco inexistente, cuando
llegó a un abrumador orgasmo.
Sacudida
por las resonancias de su mente y las sensaciones inflamadas en su cuerpo,
Elise se volvió a mirarle, azorada. Rompiendo violentamente, el lazo con
aquellos recuerdos abrumadores que le habían calentado las profundidades de
golpe.
Desconcertada,
notó la sonrisa esperanzada de él, con un brillo nervioso y elocuente en sus
ojos, como si supiera lo que ella estaba pensando. Aquella idea la asustó, abochornada
ante semejante posibilidad. Pero como él siguió mudo en lo que ahora apreció
como un respetuoso silencio, a la espera de ella, recuperó el aliento. Animándose
a adentrarse en esa sorprendente historia en su cabeza, otra vez.
Luego
de asentir, respiró profundo y cerró los
ojos, más preparada. Conectándose con aquel flujo de imágenes que volvieron con
más facilidad ahora, menos perturbadoras. Notando lo feliz que se observaba a
sí misma a su lado.
Cuantas
más de estas fueron acumulándose con la misma conclusión, empezó a sonreír. Dándose
cuenta de que una cálida oleada de júbilo se extendía por su pecho cuando esos
retratos se volvían palabras y sentimientos concordantes.
Y
de repente, lo supo. ¡Dios!, “Edward”.
Gritó con alegría en silencio. ¡Su nombre, era Edward! Y ella lo amaba.
La
euforia le ensanchó las comisuras, llenándose de convicción de que ése, era el
lugar donde ella quería estar. Al lado de él, por siempre.
La
mano se le fue a la boca, como si pretendiera contener el gemido de
incredulidad que se le escapó entre los dedos.
¡¿Sería posible?!
Comprobó
como la aún ansiosa sonrisa de Edward se agrandaba, cuando aceptó lo que ya
antes sabía, que él podía oír lo que estaba pensando. Y él movió la cabeza
afirmativamente, en insegura respuesta. Alegrándose Elise, esta vez de ello.
Emocionada
y a una velocidad sobrehumana, se lanzó a sus brazos intempestivamente, casi
tirando a ambos al piso en su espontaneo movimiento.
-¡Edward!
¡¿Edward?! ¡Estoy viva! –Afirmó ella con ferviente emoción.- ¿Lo logramos? -Preguntó,
aún temiendo que aquello pudiese ser sólo una fantasía.
Él
asintió, recuperando el equilibrio, sus músculos aún en tensión. Remarcándose debía
recelar hasta el último momento, por encima de sus deseos. Elise se advertía
mejor, pero aún no había terminado todo.
La
familia se habían preparado para su despertar, concluyendo era lo mejor dejar
que el primer contacto de Elise fuese Edward. Esperando al resguardo en caso de
que todo hubiese salido mal.
Éste, había experimentado terror puro cuando al
monitorearla en su consciencia, la notó hueca al volver en sí. Temiendo la
expectativa de verla enloquecer frente a sus ojos convertida en un peligroso y
sediento neonato, al cual deberían destruir al acto. Antes de que pudiese dañar
a alguien.
Pero
ahora, gracias a esa magnífica capacidad suya, escuchando como Elise se
maravillaba de saberse rescatada de la muerte,
dichosa y con ganas de besarlo, y reír y abrazarlo y sobre todo agradecerle
el no haberse dado por vencido; la inquietud comenzó a disolverse.
Aquella
hermosa Elfa de fuego que se pegaba a su pecho, tenía que ser su Elise.
-Sí,
Elise. Lo logramos. -Le contestó por fin. Sumamente conmovido por las mudas
palabras de amor que ella le profería.-
Ella
vibró, al oír en su nueva forma la aterciopelada voz de Edward. Plena de sorprendentes tonos que jamás había percibido
antes, dejándola boquiabierta y extasiada.
-Te
amo. -Le dijo ella, temblorosa. Sintiendo deseos de llorar de felicidad.-
Edward
cerró los ojos, en un gesto culposo. Exhalando
un quejido con una mueca irritada, que la desconcertó.
-No
debiste decir eso Elise.
Ella
respingó al acto. Sacudiéndose de su abrazo, incrédula.
-¡¿Qué?!-
Siseó ella, ligeramente encorvada sobre sí. Protegiéndose instintivamente.
-¡No!
Espera. –Sonrió él apenado.- ¡Tranquila! Es sólo que debí ser yo el primero en
decirlo.
La
mirada feroz de ella se amansó, aún conmocionada.
-¿Entonces…?
Edward
le tomó el rostro con delicadeza, acostumbrado a la otrora fragilidad de
ella, buscando sus ojos para jurarle de
frente lo que necesitaba decirle desde hacía mucho.
-Te
amo Elise Renaud. Te amo.
Aquellas
ansiadas palabras fueron paladeadas con deleite en su boca. En un efluvio que bajó
hasta su pecho, desterrando a su paso, arraigados temores que la habían
acompañado hasta la muerte.
La
risa honesta y contagiosa de ella que tanto amaba Edward, explotó entonces con
regocijo, en el aire de la prudentemente silenciosa casa.
-Dilo
otra vez. –Le pidió ella, efervescente. - ¡Quiero oírlo de nuevo!
Edward
sonrió fascinado. La amaba muchísimo y deseaba con todo su ser que Elise
pudiera superar lo que estaba por venir.
-Te
amo Elise. Por siempre.
El
corazón que había se había vuelto de piedra recientemente, se estremeció como
si aún estuviese vivo. Pulsando con fuerza, ayudándola a sumar todos y cada uno
de los faltantes recuerdos de su vida humana con Edward. Fluyendo ligeros, como
las páginas de un libro cayendo una sobre otra resueltamente, hasta llegar a la
última. Sellando con ello, la transformación de Elise.
Edward
rió, impregnado de dicha absoluta. ¡Al
diablo con todo!, dijo. Rebelándose contra las precauciones y miedos. E
impetuoso, la besó por fin de igual a igual. Gozando de no tener que limitarse
nunca más, paladeando sin recato la
pasión que ella le devolvió gozosa.
Los
callados vítores de Alice y la risa maliciosa de Emmet fueron lo único que
consiguió que Edward luchara por menguar la emoción de ambos. Separándose de
ella con ansia entre sus piernas y recordando cuánto quería hacer algo también.
Así que inesperadamente, con mal contenida emoción, se soltó del abrazo. Plantando
una rodilla sobre el piso frente a Elise, tomó delicadamente su mano, mirándola
desde ahí fervoroso y suplicante.
-Elise.
Aún necesito pedirte tu perdón, por haberte hecho pasar por todo lo que
sufriste. Por haber sido tan necio y ciego a lo que sentía por ti. Porque no
merezco la fortuna de que me salvaras de mi fallido andar y porque aún así, deseo
pasar la eternidad contigo. Para amarte y honrarte por el resto de nuestras
existencias.
Elise,
se maravilló de las acciones de Edward. Y si hubiese podido sonrojarse de
placer, lo hubiera hecho. Edward la miraba con adoración, ansiando su permiso para
venerarla y compensarla por el tiempo perdido y por todos los absurdos en que había
incurrido. Tal como en uno de los muchos sueños que tuvo, hasta en su misma
agonía.
Fascinada,
le tendió la otra mano, instándolo a ponerse de pie, pero él se negó. No lo
haría hasta que le dijese lo que necesitaba oír, ya que, a fin de cuentas, él
era así. Elise sonrió con delicia y le acarició el broncíneo cabello con gran
ternura.
-Edward.
Tienes mi perdón desde antes de morir. Yo también lamento lo que sucedió y
cuanto tardé en superar mis miedos.
-No,
Elise. Tú no debes disculparte. Antes, fuiste admirable en tu dignidad y
fuerza. Y no mereciste jamás el horror de mi desesperación. No tienes idea
cuanto deseo poder resarcirte esa traición.
Elise
asintió, comprensiva. Ella al igual que él, ya sólo quería dejar ese único mal
recuerdo atrás. Pero cuando intentó responderle eso, una extraña sensación
comenzó a adueñarse de su garganta.
-Edward,
ponte, de, pie, por… favor… -Su voz se entrecortó, ahogada por un poderoso y
creciente dolor.
Sus
ojos se abrieron desmesuradamente, mientras su mano subía hasta su cuello.
Angustiada por el miedo de que el fuego regresara y que todo eso fuese sólo una
macabra alucinación.
-¡E-dward!
¡¿Qu-é…?! –Un quejido salió de su boca.-
-No
tengas miedo Elise. Es la sed. –Le
contestó él lacónico.-
Ella
le miró aterrada, comprendiendo al fin en carne propia, la necesidad por la
sangre.
-Sé
que duele, demandando la obedezcas ciegamente. Pero desde ahora debes luchar
contra ella. Yo te ayudaré, sólo que, ésa, es tu elección final.
El
cuerpo entero comenzaba a aturdirse bajo la atenazante exigencia, pero entendió
muy bien lo que él le estaba diciendo.
-¿El…
mon-s-truo…?
Edward
movió la cabeza en afirmación.
-Puedes
decidir escucharlo o dominarlo. Aunque en éste momento te parezca imposible.
Ella
tragó ponzoña ruidosamente. La única imagen de Edward desplegando totalmente al
vampiro, en sus recuerdos, regresó con fuerza a su cabeza y la rechazó. -No. No iba a convertirse en eso, pensó-.
Abrumada por lacerante sensación en su boca, luchó por aferrarse a sí misma y
recuperar el habla sin dejar de mirar a Edward.
-Te…
Escojo, a, ti. Guíame, por esto.
Edward
sintió alivio. No la dejaría caer. Llamando en voz alta a los demás, la llevó
afuera, sabiente de que el descubrir el mundo con sus nuevos ojos, la
distraería lo suficiente como para soportar la primera cacería.
No
hubo mucho tiempo para saludos a pesar de la evidente euforia en la sonrisa de
Alice. Los otros hombres de la familia se adelantaron para revisar el perímetro
y asegurarse que ningún humano se encontrara cerca y evitar con ello, un
peligroso e innecesario riesgo.
El regreso a la Casa Cullen, luego de haber satisfecho el
reclamo de su naturaleza, fue mucho más tranquilo. Elise parecía muy decidida a
aceptar la limitación de su nueva dieta, pero se le notaba comprensiblemente
incomoda y definitivamente, luchando contra su lado salvaje. Así que, luego de
un consenso, decidieron que sería mejor retirarse a Alaska. Al menos durante el
primer año de ella, cuando se hallaría más inestable.
Se
mudarían en dos semanas. Todos, excepto Rosalie y Emmet. Ella deseaba mantenerse
cerca de los Renaud.
Orgullosa
como era Rose, se había guardado para sí el cambio que había experimentado
durante el desahucio de Elise. Enternecida y suavizada en su rabia, abrazando
con dicha la oportunidad de cerrar el círculo en su violento pasado.
Elise
estuvo de acuerdo sin objeción alguna. A ella le estaba negado volver a verlos.
Y advertir, cuán decidida estaba Rose a cuidar de su familia, fue motivo para
agradecerle eternamente.
Unos
días antes de partir al norte, Edward acompañó a Rose para despedirse de los
Renaud. Sentando también con ello, las bases para su eventual desaparición.
Sylvia
y Karl los recibieron con gusto, pero en la silenciosa casa se podía sentir la
tristeza dejada por la muerte de Elise. Al leer los desolados pensamientos, Edward
se sintió muy afortunado de contar con su hermana para procurarlos. Sabía que
la felicidad de su mujer estaba ligada al bienestar de ellos, y darle esa
tranquilidad era un regalo que él deseaba fervorosamente, hacerle.
-…Sylvia,
Karl. Yo, no sólo he vuelto para saludarles, sino para despedirme…
Les
dijo Edward casi cuando concluía la visita. Ambos padres le miraron conmovidos.
Sabían que el trance era muy difícil para él también y aquella noticia, era
hasta cierto punto comprensible.
-¿Qué
vas a hacer ahora Edward? ¿Cuáles son tus planes? – Le inquirió Karl.-
-Yo,
bueno. Mi abogado me contactó para plantearme algunas cosas y luego de
meditarlo, tomé una decisión. Voy a volver a Europa. El negocio que construimos
con Elise necesita de mi atención y he optado por mantenerlo.
-Haces
bien hijo. Elise no habría querido detuvieras tu vida por su causa.
-No
es eso lo que me motiva en realidad Karl. Sino que, de hecho, quiero cuidarlo
para darles la mitad de las ganancias a ustedes.
-¡¿Cómo
dices?! No. No hagas eso Edward.- Rebatió Sylvia, incrédula.- No es necesario.
-Sylvia.
Es que está hecho. Esa es la indicación que ya le di a Jenkins, mi abogado.
-Edward.
Tú necesitas ese dinero más que nosotros. Eres joven aún, te falta mucho por
vivir y no tienes idea de qué pueda pasar en el futuro.
-Karl,
no sé si Elise se los dijo alguna vez. Pero yo tengo bastantes recursos ya,
gracias a la herencia de mi madre. Y esto, no me afectará en lo más mínimo.
Además, se lo prometí a ella antes de volver a América. No voy a faltar a mi
palabra. Entiéndalo por favor.
La
discusión no se prolongó mucho más al plantear Edward como aquella idea
supuestamente había sido de su hija y se sintió satisfecho cuando ellos
accedieron finalmente, aún muy desconcertados. Esa acción la había pensado él
mucho antes de que todo se hubiera complicado con Elise. Darle a su familia esa
estabilidad financiera era poco en comparación de lo que ellos le habían
regalado sin saberlo.
Ahora,
una vez puesto en marcha el plan, podría contárselo a ella y verla sonreír,
ante la obvia pena que le causaba el tener que renunciar a su familia.
-…Y
yo estaré cerca con Emmet, para lo que sea que necesiten Sylvia. Aunque al
parecer mi familia se está mudando hacia todos lados al mismo tiempo. –Añadió
Rosalie, que ya había explicado se instalaría a las afueras de la cercana
Seattle, próximamente.-
Poco después, se despedían entre apretados abrazos humanos.
Dejando a los Renaud confundidos ante tanta novedad y con una íntima sensación
de esperanza. La cual iría revelándose con mayor fuerza al paso de los meses,
con Rose y Emmet constantemente presentes en sus vidas, para ayudarles a
aceptar y aprender a sobrellevar la pérdida de su hija.
Mientras
tanto, ya en Alaska, una Elise se aplicaba día a día en someter al vampiro que
era ahora. No le fue fácil, porque simplemente, eso, no lo era. Además, su
temperamento emotivo y espontaneo le creaba retrocesos en ocasiones, pero jamás
falló en controlarse. Aferrándose para ello, al recuerdo del horror que sintió
cuando ella misma había estado a punto de ser la víctima de la sed.
Conforme
fue avanzando en su dominio, también fue evidente que junto con ella habían
sobrevivido su fortaleza y bondad. Así como su pasión por la vida. Convirtiendo
su idilio con Edward, en avasalladores encuentros íntimos que los aislaban del
mundo, hasta que ella no podía resistir más su necesidad por la sangre.
Meses
pasaron en ese esfuerzo, tornando gradualmente el atemorizante color rojo de
sus ojos, a uno de tintes violáceos. Muy cercano al azul claro que había tenido
ella antes, debido a la abstención. Otro fruto de su tenacidad, fue la
desaparición de la escolta preventiva del clan en sus cacerías. Reducida ésta, a
las capacidades de Edward para satisfacción de Elise. Y gracias a ello, ahora
podía disfrutar del sol que tanto amaba, en la vasta soledad de las montañas.
Más
de un año después, aún y cuando la sed quedó completamente dominada, ninguno de
los dos expresó deseo alguno por concluir el exilio. Aquella lejana ubicación
era perfecta para sus ardientes pasiones que no menguaban y para reconocerse en
la nueva dualidad en que existían. La cuál mostraba a un Edward liberado. Quien
no encontraba determinante ser mucho más antiguo que ella, porque estaba
consciente, que por primera vez desde su muerte humana, se hallaba entero. Y
que su paso de más de doscientos cincuenta años por el mundo, poco tenía que
ver con la vida completa de la que ahora gozaba, gracias a Elise.
Por
su parte, ella, comenzaba apenas a entender que los límites en los que antes creía,
habían sido falsos. Sintiendo mil veces más intensas las emociones que la
habían hecho tan excepcional cuando había sido humana. Desbordándose en amor
por Edward y la vida misma, que tanto había apreciado siempre.
Tres
años transcurrieron sin sentirlo, para cuando la, invitación, llegó desde un remoto poblado en Italia. Al reconocer
la obligación que ésa implicaba, Edward se vio forzado a plantearle a Elise el imprevisto
retorno a Europa.
Así
que luego de una de una cacería, mientras descansaban sobre el pasto mirando el
brillante cielo, le dio la noticia que cambiaría otra vez sus vidas.
-Elise…
Hay algo que debo contarte.
Ella
giró su cabeza en su dirección, al notar la leve irritación en la voz de él.
-¿Qué
sucede?
-Es
Aro.
-¿Aro?
El
nombre vibró en su mente, con una remota sensación de inquietud, de la que no
estaba segura de su origen.
-¿Lo
recuerdas? Alguna vez te hablé de él cuando te revelé quién era yo.
Elise pestañó varias veces, haciendo una mueca con los
labios al esforzarse en aclarar la ridícula imagen de una vieja película de
horror en su cabeza.
-Aro…
¿El rey, de los vampiros?
Edward
torció una sonrisa. Aquél título seguía causándole gracia.
-Sí.
-¿Qué
hay con él?- Preguntó ella, enderezándose con curiosidad sobre su codo.-
-Quiere
conocerte.
-¡¿A
mí?! ¿Por qué?
-No
es exactamente una petición Elise. En realidad, debo llevarte con él ahora de
que se ha enterado de tu transformación.
-¡Cómo!
¿Sabía de mí? ¿Desde antes?
-Pocas
cosas se le escapan a Aro, Elise. Pero no hace alharaca de nada, a menos que
considere la existencia de un peligro.
-Quieres
decir, que, ¿piensa soy un riesgo?
-No.
No es eso. Es simplemente que tienes que, reportarte, digamos, con él.
Elise
rió entre dientes, aliviada.
-¿Es
acaso algo así como pasar lista, Edward?
Él
negó con la cabeza. Aro no era algo para tomar a la ligera, jamás.
-No
Elise. Aro… Él es especial, como Alice o como yo. Él tiene la capacidad de
percibir si alguien puede ser una amenaza para nosotros.
Elise
respingó sorprendida. Dándose cuenta de que hasta ese momento, había
prácticamente obviado el conocimiento sobre la especie a la que ahora
pertenecía.
-¿Y,
qué pasa si eso sucede?
-Aro
no duda en destruirlo.
-¿Aún
a uno de los suyos?
-Principalmente.
-¡¿Por
qué?! ¿Estoy en peligro acaso?
-No,
para nada. Tú has logrado dominar la sed. Y de hecho, Aro nos considera
divertidos en nuestras preferencias. Lo
ve como una competencia menos contra la fuente de su alimento.
-Edward…
¿Cuántos somos? Es decir… ¿Hay muchos de nosotros por ahí?
-No
hasta donde sé. Nuestros instintos nos previenen de incurrir en esa acción. En
realidad creo que no pasamos de una centena en todo el mundo. Y casi todos
viven en el viejo continente.
-¿En
serio? Pensé que serían más.
-No.
Un número cuantioso de nosotros diezmaría a la población humana en poco tiempo.
Así que de hecho, está prohibido crear sin control a los de nuestro tipo. Nuestro
clan es innegablemente el segundo más numeroso luego del de los Vulturis.
-Ellos…
¿Son muchos?
-La
trinidad gobernante, sus consortes, una guardia y unos cuantos aspirantes que
rara vez terminan por cumplir sus sueños.
-Son,
¿de los vampiros malos?
Edward
hizo un gesto especulativo al contestar.
-Son como se supone es la especie. Ellos no se ven a sí
mismos como malos. Simplemente, como al eslabón por encima de la humanidad.
Pero Aro se ha vuelto un poco paranoico últimamente, desde lo que considera el
despertar intelectual de las personas. Sabe que si nos descubren, los hombres
con sus avances tecnológicos, serían perfectamente capaces de exterminarnos.
Así que desde hace unas décadas, cada nuevo vampiro debe ser presentado ante él
y ser juzgado, para luego hacerle jurar seguir las leyes incorruptibles de los
nuestros. El secreto y la discreción.
-Yo
no pienso volverme loca, tú lo sabes. Y no quisiera tener que alejarme de, mi
familia, de Rose…
-Sí,
sabía que esto te causaría dolor Elise, pero él necesita verte por sí mismo.
Así que, ahora que se ha comunicado con nosotros, tenemos unos cuantos meses
para presentarnos allá. De lo contrario, él sería capaz de mandar a sus
cazadores para castigar nuestra desobediencia.
-¿Cómo?
¿En verdad haría eso? ¿No le bastaría tu palabra?
-No.
Si nos negamos, estaríamos condenando a muerte a toda la familia, por
protegerte.
-¡Dios,
no!
-Lo
siento Elise. Pero ahora es indispensable marcharnos y permanecer en el área,
hasta que él se convenza de que lo que percibió en ti no va a cambiar
súbitamente.
Elise
se desplomó sobre el pasto, abrumada. Aquello era algo inesperado y difícil de
conciliar, porque significaba desaparecer verdaderamente. Más no iba a permitir
que dañaran a los Cullen por culpa de su egoísmo. Sopesando la situación, aceptó
que el tiempo sí había transcurrido y que seguramente a Rose y Emmet, ya les
estaría empezando resultar muy complicado seguir fingiendo una edad que no
cuadraba con sus juveniles apariencias.
Molesta
y luego de unos minutos en silencio, se volvió hacia Edward, que había ejercido
todo su control para respetar sus pensamientos. Y con una sonrisa no muy resignada,
se dirigió a él.
-Está
bien, Edward. Hay que fijar la fecha para regresar a Europa. ¿Y sabes algo? -Hizo
un mohín para espantar el malestar que aquello le ocasionaba, antes de
continuar.- Una vez allá, cuando estemos libres de la presión de Aro, no voy a
cansarme de enviarles regalos a todos. En especial a Alice y Rosalie. Les debo
mucho…
Él
sonrió, orgulloso de su mujer. Entendiendo el rumbo de sus palabras, sin
interrumpir su desahogo.
-Supongo
que lo sabes, pero lo que está haciendo Rose me llena de agradecimiento. Es por
ella y por lo que me envía, que puedo ver a mis padres sonreír. ¿Lo entiendes,
no es así?
Edward
asintió comprensivo. Recordando también el secreto de su hermana, que había
prometido no decir. Y no sólo porque Rose lo había amenazado con arrancarle la
cabeza si lo hacía, sino por respeto. Él más que nadie sabía lo que las
oportunidades de un cambio implicaban y lo que eso significaba para Rosalie.
-Elise,
algún día sabrás lo que tú le regalaste a ella. Y entonces comprenderás que ya
estas a mano desde hace mucho… Pero adelante, sé que Rose lo apreciará, igual
que Alice.
Elise
hizo un mohín más no replicó. Estaba acostumbrada a que él supiera cosas. Y
meditando al respecto, se mordió ligeramente los labios. Necesitaba sacarse de
la cabeza la perturbadora imagen de Aro y juzgó que sería bueno cambiar de
tema. Así que se enfocó en algo que
había surgido recientemente en sus recuerdos. Una duda sobre sus difusos días
humanos.
-Edward…
Yo, quiero preguntarte algo. No tiene nada que ver con los Vulturis ni nada de
eso, sino… Hum… -Suspiró con los labios cerrados. Aún le causaba molestia la
imposición, pero no iba a dejar que eso le arruinara su felicidad.-
-Dime.
¿Qué sucede Elise?
-Es
que... –De repente, el nervio se apoderó de sus labios con un cosquilleo travieso
que sobrepasaba todo mal sabor que aún pudiera quedarle en la boca. Un brillo
juguetón invadió sus ojos, dudando si era prudente mencionar aquello. E
inquieta, torció su tímida sonrisa en una mueca divertida.-
Edward
se reacomodó hasta sentarse completamente. Con sólo observarla supo que verdaderamente
Elise estaba hablando de otra cosa. Y aunque sintió la tentación de espiar sus
pensamientos, se abstuvo, como habían acordado desde hacía mucho.
Aguardando
curioso, la vio cubrirse repentinamente el rostro con las manos, gimiendo. En
un gesto delator menguado por la carcajada nerviosa de ella.
-Bueno.
Es que últimamente he estado pensando en algo y ahora, con todo esto de los
Vulturis, creo que es un buen momento para planteártelo. Sé que en realidad no
es necesario y que quizá resulte muy complicado pero… ¿Qué opinas de la idea
de, bueno, de casarnos algún día? Sorprender a Aro con esa novedad… Tal vez,
cuándo… No sé, ¿una década de éstas?
Edward
quedó boquiabierto ante el planteamiento de ella. Tratando con todas sus ganas
y fallando miserablemente, de tragarse la sonrisa que quería controlar en sus
labios.
Elise
le miró dudativa y traviesa. Con aquellas confusas imágenes de una íntima y
bella ceremonia, efectuada en un verde paraje aislado en un risco de una
montaña, bailando como el sueño que seguramente eran, en su cabeza. Una hermosa
fantasía donde los últimos rayos del atardecer pintaban el cielo de tonos rosas
y púrpuras, antes de ceder al anochecer,
dejándolo convertidos en marido y mujer. Cambiando esa ilusión en pesadilla, al
oír la derrotada voz de Edward rogándole no lo abandonase ahí, solo.
-Elise.
La
chica se mordió los labios, inquieta. No iba a hacer un escándalo si él
rechazaba la propuesta, pero necesitaba sacarse del pecho esas ambiguas
emociones de felicidad y tristeza, que ese extraño sueño o recuerdo, le
ocasionaban.
-Espero
me perdones por esto pero, no te lo había dicho antes, porque estaba esperando
por el momento correcto para contártelo.
Elise
arqueó las cejas, desconcertada. ¿Qué estaba pasando? ¿No se suponía que él
tenía que responderle simplemente, con un sí o un no?
-¿Qué
sucede ahora?
Edward
se cohibió inesperadamente. Sintiéndose sumamente nervioso por lo que iba a
confesar y la reacción de ella al respecto.
-Es
que, Elise… Ya estamos casados.
Ella
pestañó varias veces al oírlo.
-¡¿Cómo
dices?!
-Yo…
Me atreví a pedírselo a tus padres cuando estabas en el hospital. Comprende, en
esas horas de angustia me pegué a tus pensamientos y en ellos vi, una maravillosa
imagen en tu mente. Y con la esperanza de que reaccionaras… Bueno, es que antes
no tuve el tino de pedírtelo a tiempo. ¡Y...! Ahora me has vuelto a ganar.
Elise
dejó de sonreír al acto, para espanto de Edward. ¿Lo había arruinado todo para
ella?
-Entonces…
-Susurró Elise.- ¿Es verdad? ¿No es una de mis alucinaciones?
Ahora
fue Edward el que se quedó sin respiración. No era posible que ella recordase,
¿o sí?
-Mi
esposo…- Dijo ella, acariciando la palabra con incredulidad. Cerrando los ojos
un instante. Aferrándose al obtuso recuerdo que seguramente no se parecía a lo
que había sucedido en realidad y finalmente volviendo a sonreír.- ¡Mi esposo! –Pronunció
de nuevo con más fuerza y orgullo.-
Edward
recuperó el aliento al ver como ella comenzaba a irradiar felicidad. Estaba dispuesto
a rogarle a Alice recreara toda aquella fantasía de su mujer, si Elise lo
sugería si quiera. Más no contaba con el espontaneo salto de ella sobre él, dejándolo
noqueado bajo su cuerpo, para besarlo con pasión.
No
volvieron a casa en horas, ocupados en quemar con hielo el aire alrededor suyo mientras
se amaban. Pero obviamente Alice los esperaba afuera de la misma, apretándose
las manos, apenas contenidas y llena de regocijo. Ambos sonrieron con
complicidad bajo su abrazo al verla ahí, dispuesta a ofrecer lo que fuese con
tal de que no dejaran sólo en el aire, la posibilidad de llevar a cabo una
digna boda feliz para ellos dos.
Edward
y Elise accedieron, pero sin decirle cuando se llevaría a cabo esa. ¡Al fin y
al cabo, ella sería la primera en enterarse cuando ellos se decidieran!
Dos
meses después, retomaron la magnífica travesía que había iniciado juntos años
atrás, cuando Elise era aún humana. Decididos a no permitir que Aro les
arruinara su felicidad con sus manías.
Por
su parte, Rose, en verdad había utilizado
el tiempo cerca de los Renaud, para ayudarlos a aceptar la partida de su hija.
Haciéndoles confiar en que el amor no conocía la muerte y que estaba bien
seguir adelante.
Gracias
al esfuerzo de ella, poco a poco la vida se había normalizado en el hogar de
Elise y hasta había logrado que Franco no renunciara a la universidad, para cuidar
de sus decaídos padres.
Había
sido obra de la generosidad de Edward y Carlisle, que una inesperada beca le
fue otorgada a Franco para integrarse el semestre de primavera, en su opción
favorita. Adjudicándola como resultado del apoyo de una fundación, luego de los
desafortunados eventos familiares.
Y debido a la fiera promesa que la impresionante Rosalie le hizo, él
finalmente aceptó. Convencido de que ella y Emmet estarían ahí para sus padres,
como si la misma Elise no se hubiese ido nunca.
Así
que resultó muy inesperada y penosa para todos ello, la despedida de Rosalie y Emmet, de la vida
de los Renaud. La cual, vino de la mano de una supuesta desgracia años después,
para cuando Franco estaba por terminar
sus estudios.
Para
ese entonces, lo que creían saber Sylvia y Karl respecto a su efímera familia
política, era que Alice y Jasper vivían en Nueva York. Con ésta intentando
hacerse camino en la industria de la moda y él, trabajando en un pequeño bufete
legal con muchos casos pro-bono que, aunque no dejaban mucho dinero, sí lo
hacían en satisfacciones.
De
Carlisle y Esme tenían entendido residían parcialmente en un pequeño poblado de
Alaska y parcialmente, en otro cercano a Port Angels. Trabajando él, como un
médico excepcional, interesado más en ayudar, que en hacer renombre y con una
maravillosa esposa que lo apoyaba en todas sus campañas humanitarias.
Y
finalmente, que Edward seguía en Europa, de donde algunas pocas veces se
comunicaba para saludarles. Trabajando arduamente en su negocio y siempre
aportando una buena cifra monetaria, a la cuenta que le había abierto a disposición
de los Renaud.
En
base a esa supuesta información, se creó la historia para que Rose y Emmet,
tuvieran que retirarse definitivamente, de la convivencia física, con la
familia de Elise.
Aquella
noche de primavera, cuatro años después de la muerte de Elise, Rosalie les comunicó con gran tristeza
a los Renaud, una tragedia más. Edward había fallecido en un accidente
automovilístico cerca de la ciudad de Estambul. Y que sus padres estaban
viajando en ese momento hacia allá, para recoger el cuerpo y finiquitar sus
asuntos legales.
Al
mes de eso, Carlisle y Esme llegaron a visitar a los Renaud, acompañados por
Rose y Emmet. Recibiendo un empático y muy sentido pésame al instante. En su
estadía, Carlisle les contó brevemente que mientras desmantelaban el
departamento de Edward, habían encontrado una carta de Elise para ellos.
Traspapelada entre viejos papeles de su hijo.
Sylvia
y Karl se cimbraron al escuchar eso y temblaron de emoción cuando éste se las
entregó. Ellos no esperaron a que la visita terminara para abrirla y lloraron
de emoción al leer lo que su hija había escrito.
En
ese largo y conmovedor mensaje, Elise les confesaba sus encontrados
sentimientos, mientras se encontraba luchando contra el cáncer y siendo muy
feliz al lado de Edward. Refiriéndoles lo conmocionada que se sentía de saber que
él estaba dispuesto a permanecer a su lado, todo el tiempo que les restara. Y
cuanto se entristecida de saber que tarde o temprano iba a dejarlo solo, para
siempre.
Les
decía también, cuanto les amaba a ellos y lo agradecida que estaba por todo lo
que habían hecho por ella a lo largo de su accidentada vida. Pidiéndoles perdón
por haberlos dejado fuera en el final de la misma, solo porque no quería verlos
sufrir nuevamente, a causa de de una batalla perdida. Ella había escogido la
vida y no la muerte. Y les rogaba hicieran lo mismo, una vez que ella
falleciera.
Deseaba
saberlos felices, porque de otro modo ella estaría muy triste, a donde quiera
que fuese una vez que se hubiese ido. Explicando que no quería llanto en su
hogar, porque ellos le habían enseñado a sonreír y amar y agradecer lo que cada
día traía. Suplicándoles absorbieran ambos ese precepto para sí y que comprendieran,
que si ellos no se aferraban al momento en que ella muriese, sino a las muchas
alegrías que compartieron, la mantendrían viva y plena en su memoria.
Sylvia
y Karl lloraban profusamente cuando acabaron de leer la conmovedora misiva.
Entendiendo bien la petición de su hija. Era lo mismo que una y otra vez, les
había repetido Rosalie. E interiormente, supieron que estaba bien seguir
adelante.
Pasada
esa conmovedora revelación póstuma, los Renaud recibieron otra novedad igualmente
de sorpresiva de boca de Carlisle. Edward les había dejado a ellos y a Franco una
pequeña fortuna, que era el resultado de su trabajo en el extranjero.
Karl
quiso de inmediato impugnar esa resolución, alegando lo injusto e incorrecto
que eso le parecía, pero Carlisle le dijo que estaba hecho y que si su hijo
había considerado honrosa esa decisión, la aceptaran gentilmente. Como muestra
de afecto para con su hijo y el amor que él le tuvo a Elise.
Eventualmente,
los Renaud se quedaron sin argumentos para rebatir y aceptaron incrédulos, su
nueva situación financiera. De la cual, se enterarían más adelante a través del
Sr. Jenkins, era lo suficientemente holgada, como para no tener que preocuparse
nunca más, por nada que ésta pudiese
solucionar.
Y
así fue como Rosalie pudo despedirse también. Explicando que ella y Emmet se
mudarían a Europa, para seguir los pasos de su hermano, con sus propios fondos.
Prometiendo mantenerse en contacto y cumpliendo su palabra cabalmente durante
años venideros. Para resignada conformidad de ella misma y de Elise, al saber
cumplir a los Renaud, con la promesa de vivir a plenitud el tiempo que les
quedara por delante, en homenaje a su hija.
Así
pues, una dichosa y congelada en el tiempo bellísima Elise, sólo retornó secretamente
al lado de de sus padres para despedirse de ellos, cuando el tiempo de cada uno
llegó. Ayudándoles con su amorosa sonrisa a partir en paz.
Y
robándole un mimo, al pequeño niño que quizá no descubrió por sí mismo el
inusitado brillo entre los árboles, proveniente de una dulce hada pelirroja, durante
el entierro de su querido Abuelo Karl.
Edward y Elise vagaron por el mundo, perenemente enamorados
el uno del otro. Siempre marcados por su increíble historia de oportunidades
improbables. Derrochando felicidad y pasión en sus eternas vidas, hasta que
efectivamente, el tiempo se olvidó de ellos. Más no así, el amor.
Y
con esto dicho, llega aquí el final de su historia vista detrás de los ojos
azules. Uno, que durará, eternamente.
FIN
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Estoy sonriendo.
Espero les haya gustado este cuento. Cuyo final me sorprendió a mí
misma, empeñándose en ser feliz y hacerme renunciar al trágico desarrollo que
originalmente tenía previsto.
Por lo mismo, ya no escribiré ese, en que las cosas terminaban de un
modo más lógico. Aunque no tan generoso con nuestros queridos Edward y Elise.
Les dejo cariños y en verdad, me gustaría verlas despedirse junto
conmigo de ésta historia, en sus
comentarios.
Las quiero: Sissy
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La pieza que me acompañó magistralmente en éste cierre es la de “Con Te
Partirò” (Time to Say Good-bye). Interpretada por Andrea Bocelli y Sarah
Brightman. Doy gracias a mi padre, que me inculcó el amor por la música y me
abrió la puerta a ese bello mundo y lleno de magia.
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