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19 de noviembre de 2013

Cap. 7 - RENDICIONES

CAPÍTULO 7

RENDICIONES

Y todo lo que puedo saborear es éste momento
Y todo lo que puedo respirar es tu vida
Y tarde o temprano se acabará
Es sólo que no quiero perderme de esta noche
IRIS

  GOO GOO DOLLS


-Elise… -Le inquirió suavemente él, mientras la abrazaba sobre la cama y sonreía.- Cuéntame sobre ti; de alguna manera, aunque hablamos mucho, te me has escapado…

Ella encarnó las cejas sorprendida, pocas personas la pillaban en esa acción voluntaria y analizando velozmente sus opciones, giró su rostro y la alborotada melena roja hacia Edward.

-No es cierto. Te he dicho mucho de mí.

-Sí, pero, no es eso a lo que me refiero… ¿Siempre fuiste así de cálida? 

-Oh, Edward… -Ella sonrió inocentemente.- No sé que contarte al respecto.

-Dime lo que sea, ¿eras una chiquilla traviesa? O, ¿eras de esas niñas que son todo color rosa y muñecas?

Elise soltó una risa suave antes de contestar.

-¿Tú qué piensas?

Edward rió entre dientes cariñosamente mientras imaginaba a una alborotada y larga melena roja, correr de arriba abajo en un tutú rosado con los zapatos llenos de lodo y un tigre de peluche, arrastrando tras de ella.

-Creo que un poco de los dos, ¿no?


-En realidad, no… -Elise miró en su interior a los recuerdos que le desagradaban y se preparó para disimular y divergir la información cuanto le fuese posible.- Por largas temporadas sólo jugaba con muñecas y juegos tranquilos; pero anhelaba poder treparme a los árboles más altos para mirar todo desde arriba y convertirme en una hermosa ave… Y volar… Volar cuanto yo quisiera, siempre y cuando pudiera regresar a mi voluntad.
-Mmm… No te he visto cicatrices en codos o rodillas, así que pienso que, en realidad no te subiste a muchos árboles; ¿verdad?
Elise suspiró un poco afligida. ¡Qué observador era! Y antes de poder contenerlas, sombras blancas giraron alrededor de sus memorias, acompañadas de una sensación de debilidad, que le seguía provocando nauseas de pánico.

-No, en realidad no. Estuve en casa encerrada mucho tiempo, era… -No pudo evitar exhalar aire en un gesto delator sobre el desagrado que le causaba la memoria antes de continuar, y aunque Edward lo notó, lo dejó pasar. Así eran los humanos, siempre preocupándose por nimiedades...- Estuve enferma largas temporadas… Supongo que hasta que nació mi hermano, mis papás no tenían mucho en qué distraer su atención a parte de mi. Así que, su llegada fue un alivio para todos.

Edward se burló de la imagen que él recreaba en su mente. Una niña agobiada por sus padres primerizos… Eso era muy común. 

-¿Te llevas bien con tu hermano? No hablas mucho de él.

-Oh, sí. Lo adoro, pero es que es un chiquillo Edward. Nació cuando yo tenía ya nueve años. Es un adolescente y está justo en la etapa que su mundo son sus amigos. Siempre he sido su cómplice, pero desde que vivo acá, ya no estoy cerca como antes.

-¿Eso, te causa dolor?

-Un poco Edward, la verdad es que amo a mi familia, pero… Necesitaba alejarme y, bueno… Vivir, mi vida.

-No me pareces una rebelde Elise.

-No creo que lo sea… -rió ella entre dientes- Es sólo que tengo sueños… Tú ya los conoces.

-Ciudadana del mundo… -Sonrió con placer.- Mi pequeña Elise, que afortunado el lugar por el que tu pases cuando inicies la travesía.

Elise tembló un poco de impresión al oírlo afirmar semejante opinión con sumo cariño en la voz. ¿Acaso no se daba cuenta él, de lo íntimo que eran sus palabras? ¿Cuánto tiempo más podría ella aguantar las ganas de ir más allá de aquella comodidad de Edward? ¿Valía la pena arriesgar toda su amistad por lo que su corazón le estaba pidiendo?
Desde la primera vez que Edward se quedó en su cama, y aunque fue un acto demasiado casto, tuvo la certeza de que él no era célibe. Entonces… ¿por qué no intentaba nada? ¿En serio le era ella tan indiferente? ¿De verdad el fantasma de su Bella lo controlaba con tal fuerza?

-Edward… -Soltó ella, dejando atrás la conversación que sostenían, por seguir la que había en su mente.- Dime tu ahora algo…

-Lo que sea, Elise.

-¿Por qué…? – Su voz tembló un poco mientras su mirada se concentraba en observar como sus dedos nerviosos jugaban con sus uñas, evitando así la de Edward, temiendo lo que pudiera escuchar.- ¿Por qué nunca te quedas? Siempre despierto sola.

El vampiro se sintió inusualmente desconcertado, ¿acaso el mudo acuerdo no explicaba eso entre ellos? ¿Había él permitido al monstruo seducir a Elise en algún momento, a causa de la serenidad y el delirio que vivía gracias a ella?

-Elise… Yo… No puedo. 

Ella desvió la mirada de sus manos hacia el muro, la alegría se había esfumado de la voz de Edward al contestar.

-No quiero reclamarte nada Edward, es sólo… Que… No estoy segura qué es esto… 

-Somos amigos Elise.

-Sí… Eso lo sé… Pero, ¿por qué te vas? No tienes por qué marcharte; se siente  como si fueses mi padre que me deja dormida y luego se retira… Eso, es… No es necesario, ¿me entiendes?

¿Su padre?, se cuestionó intrigado. Él no se sentía así. Además era mucho más viejo que eso, pensó con sarcasmo y  sin intentar amordazar a su veloz humor negro. 

-Yo… -Rió con levedad, para aligerar el ánimo de ella.-  Lo lamento… Supongo que mi veta sobreprotectora sale a flote contigo inconscientemente Elise. Debe ser esa cara de nena que tienes cuando duermes… Me parece un pecado despertarte por algo tan intrascendental como despedirme. 

Ella torció el labio, levemente molesta. ¡Qué fácilmente se había escapado Edward de la verdadera intención de la pregunta! 

-Vamos… Bueno, sólo quiero que sepas, que, no tienes que hacerlo. Puedes quedarte si quieres.

Ahora sí estaba seguro Edward de lo que Elise intentaba decir, y le apenó. No quería hacerle eso a ella. 

-Yo… Elise… En verdad, no puedo. 

-¿Es, -Dudó sobre lo que estaba a punto de preguntar, pero aún así lo hizo.- por, Bella?

-No. No es sólo por ella, Elise. Yo, tengo, que marcharme. –Y recalcó con lentitud su frase, esperando que ella no intentara indagar más.-

Elise se sintió asqueada por la firme, aunque educada respuesta. Casi le estaba rogando y al sentirse rechazada, se molestó mucho. Aún así, dejó que sus impulsos la guiaran y girándose de nuevo hacia Edward, le sostuvo la mirada con un agarre tan firme, qué ésta vez fue él quien no supo soltarse del dominio de ellos. Claramente le retaban a atrever a negarse, a separarse a tiempo. Él, no lo hizo.

Elise acercó sus labios lentamente hacia Edward, aún mirándolo; y sólo cerró  los párpados cuando la proximidad era ya inevitable. La helada temperatura de ellos le hizo mella al contacto, cortándole la respiración un instante; pero esa sensación se tornó en un incontrolable temblor, que nada tenía que ver con el frío al profundizar el acto. Edward, jadeó en viceversa, al calor de los de Elise; y aún sorprendido por la decisión que había tomado de permitirle a ella, semejante y riesgosa intimidad, se encontró concentrado en experimentar aquél inusitado evento.

Si se pudiera mirar el interior del alma las personas, seguramente los espectadores se quedarían clavados de morbo ante las imágenes que cada uno de los involucrados en aquél beso proyectaba.

Mientras que Elise reparó en que se disolvía en humo, como lo hace el cálido aliento en una noche fría, dejando de sentir cualquier otra cosa que no fuese el poder que Edward ejercía en ella. Edward se hallaba succionado en un torbellino de ideas retornando todas a la vez a su cabeza, amenazando con entumecerlo hasta lograrlo; y no hubo nada más ya, que la percepción de lo que pasaba en su boca y cuerpo. Fue tanto el agobio por lo que estaba sintiendo, que llegó a un delirio delicioso, por el cuál dudó verdaderamente si se trataba de Elise o Bella, quien lo besaba de aquella manera tan amorosa.

Elise fue la primera en romper el contacto, luego del largo y omnisciente beso,  impactada por la conmoción que la íntima caricia había causado en ella. Quizá fue en ése momento terminó de saber que él, no era, normal; pero no importó. Simplemente, ello,  dejó de hacerlo. Fuese lo que fuese Edward, ya era demasiado tarde para escapar.

De igual manera, Edward tomó una decisión crucial ésa noche; iba a contarle todo sobre Bella, pronto; y se quedaría cerca de Elise, tanto como ella lo permitiese. Pero ésa noche no. Esa noche debía prepararse para la nueva intimidad adquirida con su chiquilla pelirroja, que le devolvía la vida y la muerte al unísono. Si había fallado tan miserablemente en evitar el beso, temía que su debilidad y egoísmo lo llevasen a poner la vida de ella en riesgo. Y se sintió sumamente avergonzado por el placer que había experimentado a través de la alucinación.
Esa vez, se despidió de una Elise arrebolada, que le entregaba su afecto e inocencia en un último y ligero beso de las buenas noches; en el pórtico de su casa, antes de desaparecer velozmente en la oscuridad.

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El debate con su fantasma de Bella fue largo y agotador; principalmente, porque ella sólo le miraba mudamente, mientras que él alegaba sobre todo lo sucedido con Elise, y repasaba acciones que le causaban suma vergüenza en ése falso y desequilibrado diálogo.
Elise no era la primera mujer de quien Edward tomaba afectos íntimos, pues en sus días de locura más obscura, había buscado el escape del orgasmo a su imposibilidad de llorar. Pero cada vez que se atrevió a gratificarse, sólo se hundió más y más en la depresión, al saberse traidor al amor incomparable de Isabella.

Su memoria se llenó de imágenes y sensaciones abrumadoras. Formas femeninas que había caído bajo el embrujo del monstruo, y que habían servido ineficientemente al propósito suyo. Lleno de repulsión, observó los recuerdos de aquellas, que habían languidecido perennemente; al traspasar el vampiro, la frágil línea entre la sed y el éxtasis…

Aquellas que no habían corrido con esa suerte, se habían convertido voluntariamente en esclavas suyas; prestas para acompañarle durante la noche. Fueron ellas, pasiones fugases y esporádicas que nunca lograron calmarlo; de las cuales se privó arrepentido, cuando comprendió que Bella, nunca volvería.

¡Pobres niñas!, se reclamó a sí mismo cargado de dolor al recordarlas... ¡Qué criatura tan infame era él! 

-¡Sólo a ti Bella! Sólo contigo el deseo de protegerte equiparaba al de adorarte. Siempre temí al daño que podía hacerte; pero tu fe en mi me guió, me hizo tu amor y tu amante y tú, fuiste mi cielo personal…- Pensó, lleno de culpabilidad.

La imagen de su amada, fortalecida por esas verdades, se impuso por encima de las mártires del sexo del vampiro y separándolo de ese horror; le señaló el costo de negarse a los eventos que se avecinaban en su relación con la chica pelirroja.

-¡Oh, Bella! ¿Cómo puedo vivir otra vez sin ti? ¿Cómo negarme a tenerte a través de ella? Sé que estoy siendo un monstruo de nuevo, pero no puedo detenerme. Permitir que Ella me toque, es, estar contigo. Yo… Se siente real, Bella…

La interpelada sólo lo miró con tristeza. 

Edward se retorció muchas veces, incómodo, ante la incapacidad de resolver el conflicto. A la sola decisión a la que pudo llegar fue que era Elise, la única que podía decidir sobre permitirle su locura, o exiliarlo.

Aferrado a la fuerza que esa carencia le aportaba, se permitió desligarse de toda responsabilidad y de gozar del profundo beso que Elise le dio esa noche, al hallarlo esperándola, a la puerta de su trabajo.

Más de una centuria después de haberse alejado de toda memoria de Bella, el vampiro se encontró gozando con sumo  cuidado del amor de otra mortal; equiparando en atención en cada toque que daba sobre la delicada piel de Elise, a aquella que había tenido para con su Bella. Ya que de hecho, aquello era así, que en la dualidad de su mente y en el sobrenatural corazón de él.

Y así, entre besos y caricias, comenzó el lento avance de lo que sería la decisión más trascendental que había tomado en ése aspecto de su vida, desde que dejó a Isabella Swan, aquella tarde, en el prado. 

Por su parte, Elise, era perfectamente consciente del delicado y amoroso trato que Edward le prodigaba en cada encuentro; y lo aceptaba con fascinación. El toque de sus frías manos sobre su piel, era tan cuidadoso como si ella misma estuviese hecha de cristal y por mero reflejo, Elise cuidaba de Edward del mismo modo. 

Observarles al darse un beso, resultaba cautivador a la vista de cualquiera; pero al mismo tiempo, al notar la exquisitez de la entrega, la misma se desviaba llena de pudor al instintivamente comprender que se estaba atestiguando algo demasiado íntimo como para irrespetarlo; aún con la simple mirada.

¡Qué plenitud les causaba a ambos vivir ese creciente romance! ¡Cuán placentero le resultaba a él cuidar de nuevo de una chiquilla humana! Gozar de hacerla feliz, recibiendo como premio, el amor mágico de Isabella, que alguna vez vivió; y todo, gracias a la fortuna de haberse topado con ella.

El único miedo que él experimentaba ya, se presentaba cuando Elise intentaba avanzar las caricias. Cuando ello sucedía, Edward se debatía igual que antaño. ¿Podría él con eso? Las manos le quemaban a ratos por ir más allá, pero… ¿Qué sucedería si su delirio superase hasta los límites de la vergüenza y en vez de amar a Elise, se perdía en Bella? Temía restar vigilancia y en un descuido, destruir a ambas.

Resignado y con perturbación, se halló una vez más, retrasando con suavidad y cariño los avances naturales de una apasionada y cada vez más renuente, Elise.

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Inesperadamente, y sólo poco tiempo de estar viviendo esa extraña y grata intimidad entre ellos, fue evidente para Edward que algo andaba mal con Elise. Su pálido color y agotamiento constante le resultaban, penosamente familiares, al vampiro.

Lenta, pero irrevocablemente, comenzó a percibir de nuevo en ella ése extraño olor con que la ubicó al inicio. 

Elise se diluía, y eso le era, aterrador.

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Un capítulo breve, pero para mí, tan denso; que no me atreví a dar más detalles.
Es que el amor sin muerte pero perdido, a veces puede causar locura, cuando no se supera.
Cariños: Sissy
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Capítulo Terminado el 1º de Ago. 2013, publicado hasta el 14 de Nov. 2013








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